Eva Amaral imaginó una noche que dos muñecos ingenuos y absortos podrían suplantarles en las imágenes de su cuarto disco. Había captado desde dentro la imagen beatífica, abstraída y flotante que ofrecen como dúo. Bastaba el atuendo de Juan Aguirre ayer, cuando llegaron retrasados, como fuera del tiempo, a La Casa del Loco con todas las luces de posición en negro, a mediodía, y dos sillas escuetas de madera ante una mesa como para representar una obra de Ionesco.

Pero en aquel ambiente, ayer, de muñecos de jazz y zepelines ("A ver si podéis bajar las luces del escenario que nos están tostando" como preámbulo necesario y duro), descendieron a tierra con Los pájaros en la cabeza como brújula para situarse: Ojala nunca cambie esa forma que tienes de estar en el mundo , dice una de las letras.

"Hay canciones que incitan a pensar en uno mismo, otras hablan del amor, de la vida cotidiana, que tratan de encontrar explicación a lo que pasa en el presente y confrontarlo con el pasado. Cuándo empezamos a ser de esta manera. Pájaros en la cabeza es un título que recoge muy bien todo esto. Para ser músico hay que tenerlos", señaló ella con esa mirada quieta y negra, de piedra, que imaginó Nunca serás un pájaro enjaulado desde el convencimiento de que "se puede intentar cambiar el mundo".

Las letras de este disco, "inseparables, porque suenan por sí mismas, con una guitarra por debajo o lo que sea", dijo Juan, "evolucionan a través de las del flamenco y de la copla, tan ricas y aparentemente tan sencillas. Tenemos un idioma con un sonido propio". Y su reflexión parecía bajar hasta el micrófono desde algún lugar extraño y lejano, ocultado por un gorro con visera color burdeos. En cuanto al sonido, explicaba ella, resulta "claro y alto. Las frecuencias están todas en su sitio".

En aquel ambiente de pop británico del local de la Calle Mayor, Juan Aguirre revelaba ayer que "aunque hemos bebido de la música anglosajona de los 60, hace mucho tiempo que ha dejado de ser nuestro referente. Estamos más con Brasil y la bossa nova o con el flamenco". Hay una canción que viene de 1992 con Enrique Morente en la penumbra del Auditorio y una iluminación.

La pérdida de la inocencia (En el río las libélulas volaron al exilio" ), el duro trabajo precario (No le dieron ni las gracias, porque estaba sin contrato. Aquella misma tarde fuimos a celebrarlo ) , la rebeldía (cantada con rabia por los que siempre callaron ) se deslizan por el álbum de la mano de estos dos muñecos aparentemente frágiles.

Mi vida es un vuelo sin motor , dicen en este disco. Y reflexionan: "Somos igual que cuando vivíamos en las Delicias y en Casablanca. Ahora todo ha crecido. Pero mantenemos los mismos principios: Siempre hemos querido que vaya por delante de nosotros nuestra música". Por la tarde firmaron discos en el Corte Inglés.