El famoso informe de la OMS, que tan pocos han leído completo, ha desatado toda suerte de alarmas y protestas, injustificadas en la mayoría de los casos. Nos gusta a todos --medios, asociaciones, consumidores-- hacer ruido, pero menos meditar. Nada nuevo parece decir el informe. Ya sabíamos que el consumo excesivo de determinados derivados cárnicos contribuye a elevar las posibilidades de contraer cáncer; como sabemos que la brasa y ahumados son cancerígenos, que las almendras amargas --muchas-- matan, o que beber agua hasta el paroxismo puede llevarnos a la muerte. Es evidente que alimentarse, como vivir, mata, pero resulta más lento y agradable que perecer por inanición.

Asunto diferente es lo que se entrevé tras las reacciones al estudio. Las protestas de la poderosa industria cárnica de transformación, que ve amenazados sus beneficios; las de nuestros ganaderos extensivos, como si fueran lo mismo unas costillicas que un atracón de chopped- Además de la pachorra del gobierno que parece creerse que aquí comemos muy bien, pues para eso tenemos la dieta mediterránea. Falso del todo. Apenas nadie practica dicha dieta, de pobres, con muy escasos alimentos cárnicos.

Pues el fondo del problema es precisamente ese. Que queremos comer como ricos, mucha carne y todos los días; alimentos procesados para no currar en la cocina. Y para eso hay que inundar el planeta de soja, despilfarrar recursos en alimentar animales en inmensas granjas, modificar los hábitos alimentarios. De hecho aquí ya lo han conseguido y casualmente se ha incrementado la obesidad, las alergias, las intolerancias, etc.