A lo largo de los últimos 12 años, Colm Tóibín, uno de los vértices de la Santísima Trinidad de las letras irlandesas junto a John Banville y William Trevor, ha llevado consigo el proyecto de su última novela, que empezó al mismo tiempo que The Master e intentó retomar, sin éxito, cuando escribió Brooklyn, su obra más popular. Pero eso no es totalmente cierto. Tóibín ha arrastrado Nora Webster (Lumen / Amsterdam) a lo largo de toda su vida, porque la novela encierra, debidamente filtrado por la ficción, el largo duelo que su madre, una mujer complicada, experimentó al morir su padre.

Entonces el joven Colm era un preadolescente inseguro de fácil tartamudeo y poca sintonía maternal. Y llegados a ese punto, es inevitable pensar en el psicoanalítico título de su libro de ensayos: Nuevas maneras de matar a tu madre. Además, la aparición de Nora Webster coincide con el próximo estreno de la película basada en Brooklyn, con tres nominaciones a los Oscar.

--¿Por qué se demoró tanto en la realización de esta novela?

--No acababa de encontrarle la forma definitiva. Quería utilizar mis recuerdos sobre el tiempo que siguió a la muerte de mi padre y, a la vez, mezclarlos con muchas ideas que se me aparecían en sueños. Lo malo es que por la noche parecían ideas excelentes y al despertar se evaporaban, no casaban con el libro.

--Y vuelve usted a crear una historia donde todo ocurre en la conciencia de la protagonista, marca de la casa, el inconfundible estilo Tóibín.

--Sí, un personaje que ocupa todo el espacio, mientras la narración se muestra desde su punto de vista.

--Que, en este caso, es el punto de vista de su madre. Más bien inspirado en ella.

--Este es un libro muy personal. Algunas de sus escenas ocurrieron exactamente como se cuenta en el libro. Por ejemplo, cuando mis hermanos y yo vimos en televisión junto a nuestra madre la película Luz de gas, con Ingrid Bergman. Tengo un recuerdo muy vívido de aquella noche.

--La novela se basa en el duelo de su madre tras la muerte de su padre.

--Sí, los tres o cuatro años que a la protagonista le cuesta recuperarse de su viudedad. Y es algo que no ocurre de forma milagrosa. Es una evolución lenta, de forma que el lector no sabe exactamente cuándo se ha producido, y para eso necesitaba un tono que no cambiara. Quería hallar un espacio puro en el que el drama no fuera evidente, donde no hubiera colores brillantes y que los cambios se produjeran de una forma imperceptible y lenta para el lector.

--Es una apuesta arriesgada.

--Para crear ese tono sin estridencias, casi monocromático, me he inspirado en el trabajo de dos pintoras, una es la norteamericana Agnes Martin, cuyos cuadros realizados a base de finas líneas transmiten una misteriosa energía. La otra es lituana, Vija Celmins, con dibujos que muestran el mar o el cielo y apenas nada más. Me gustaba esa idea de trasmitir una gran cantidad de emoción sin apenas color.

--¿Por qué le ha dado en la novela tan poco protagonismo a ese niño que tartamudea y que en definitiva es su propio reflejo?

--Es un personaje casi ausente, tan solo observa. Para la madre es como si ese niño no estuviera plenamente presente. Está en la sombra.

--¿Por qué?

--En un determinado momento de la novela, la madre afirma: "Me he preocupado más por mí misma que por mi hijo". Esta frase refleja cómo me recuerdo yo a mí mismo en aquel entonces.

--¿Ha sido doloroso remover esos recuerdos? ¿Esos personajes tan encerrados en sí mismos están