S i en la última edición del Mercat de Música Viva de Vic el mayor brillo sonoro lo proporcionó el camerunés Blick Bassy (http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/escenarios/skip-james-huella-africana_1146243.html), en la aún más reciente 19 Fira Mediterrània de Manresa fue otro africano (Baloji) quien se llevó el gato de la modernidad del continente negro a las aguas del Mare Nostrum. Una Fira, dicho sea de paso en la que también destacaron en su extensa programación cuando menos una docena de propuestas. No está nada mal.

Baloji, nacido en Lubumbashi, en la República Democrática del Congo, es un artista singular que reformula la música africana instalándola en la contemporaneidad (“esto no es world music, esto es nuestra música”, advierte en los conciertos) retorciendo el soukous y creando un mosaico sonoro con colores rock-soul, gospel, retro-funk y hip hop. Su directo, en el que despliega tanta elegancia como energía, es demoledor, y en él cuenta con la vigorosa guitarra de Dizzy Mandjeku, miembro que fue de la orquesta OK Jazz, de Franco, el padrino de la rumba congoleña. Rotundo e insurgente, Baloji es la vibración del África del siglo XXI, por encima incluso de formaciones como Konono Nº1 y Mbongwana Star.

La oferta flamenca de Mayte Martín, quien facturó un concierto espléndido, algo tocado por un exceso de reverberación en la voz, también merece estar entre lo más significativo de la muestra. Mayte está artísticamente en un momento espléndido y se nota, vaya si se nota. Como se siente el duende infinito del guitarrista Chicuelo, enredado musicalmente con el pianista menorquín Marco Mezquida, o lo que es lo mismo: un diálogo que une lenguajes en un proyecto de estreno (tocaron ayer mismo en el auditorio del CaixaForum Zaragoza).

El libanés Bachar Mar-Khalifé, por su parte, es paradigma de los nuevos aires musicales del Mashreq. Cantante, compositor y multiinstrumentista, Bachar se aproxima con sentido al universo electrónico y a las recreaciones orientales , pero también con el piano entra en tránsitos cercanos a cierta concepción de la new age (lo menos interesante de su propuesta).

Otro encuentro a destacar fue el de Kepa Junkera, maestro de la trikitixa, y el magnífico acordeonista argentino de chamamé Chango Spasiuk. Un intercambio notable de ritmos aparentemente lejanos pero próximos en su resolución. Lástima de Junkera no pueda evitar ser el centro de todas las miradas. Y más intercambios: el del numeroso grupo de percusión ibérica Coetus (apoyado por músicos de lujo como Mario Mas) y el cantautor valenciano Carles Dénia. La voz de Carles, poderosa y vibrante en sus proyectos en solitario, no termina de empastar con una atmósfera percusiva tan intensa.

Curioso e irregular resultó el concierto del dúo belga que forman Didier Laloy (acordeón diatónico) y Kathy Adam (chelo), quienes proponen algo así como un folclore de cámara. Y más dúos con alma: el armado por la cantaora (su cante tiene sabor antiguo) Rosalía y el muy heterodoxo Raúl Fernández Refree (guitarra). Atractiva fue la actuación del grupo argelino Djmawi Africa (alejado afortunadamente de esa túrmix que todo lo bate a ritmo de reggae), con su cuscús de rock, chaabi y cabaret retro. Y singular se mostró el proyecto de recuperación del cancionero popular catalán (Càntut), llevado a cabo por Carles Sanjosé (creador del grupo Sanjosex) y el acordeonista Carles Belda.