En 2014 Natalia Escudero comenzó a formular la idea del vacío que todavía hoy centra su obra. La idea nació en la vivienda deshabitada tras la muerte de sus abuelos, que convirtió en lugar de trabajo. Al periodo de adaptación y distanciamiento siguió el de observación y reconocimiento de las huellas que el paso del tiempo había dejado en las estancias: grietas, restos de humedad, descosidos, enchufes y cables olvidados, persianas echadas, ventanas sin cortinas, cortinas que nada ocultan, cosas olvidadas o manchas de los cuadros en las paredes. Georges Perec dedicó un capítulo de su libro Especies de espacios al espacio del apartamento. Es importante lo que sucede en las paredes. «Cuelgo un cuadro en la pared. Enseguida me olvido de que allí hay pared. Ya no sé lo que hay detrás de esa pared, ya no sé que hay una pared, ya no sé que esa pared es una pared, ya no sé que es eso de una pared. Ya no sé que en mi apartamento hay paredes y que, si no hubiera paredes, no habría apartamento. La pared ya no es lo que delimita y define el lugar en que vivo, lo que le separa de los otros lugares donde viven los demás, ya no es más que un soporte para el cuadro». En la meticulosa reflexión que hace Perec del espacio en el que vivimos, Jesús Camarero advierte una reflexión sobre el vacío, pues su formulación, señala, es lo mismo que denunciar la acumulación o proliferación de objetos. «Poco cuenta el lado desde el que contemplamos la realidad: tan pronto está repleta como se vacía horrorosamente». De tal modo, señala, si la dinámica del vacío supone un horror que demanda la presencia de algo, la dinámica de la plenitud sufre el empacho y lucha por desembarazarse de algo. En ambas dinámicas, la del vacío y la de la plenitud, los componentes son los mismos y la respuesta es estrictamente personal. Perec no dudó. «Hay cuadros porque hay paredes. Es necesario olvidar que hay paredes y, para ello, no se ha encontrado nada mejor que los cuadros. Los cuadros eliminan las paredes. Pero las paredes matan los cuadros».

Espacio y tiempo

No hay cuadros en la casa deshabitada de los abuelos muertos. Solo paredes. Vacío. Un vacío que demanda presencia de algo; sucede, sin embargo, que solo es posible convocar la pérdida citando la idea de vacío para así superar el horror que lo acompaña. De entre las cosas olvidadas por inservibles, Natalia Escudero rescata sobres de luto que encapsula en cristal al igual que las numerosas fotografías del espacio de la vivienda que, como naturalezas muertas, que eso son, van sucediéndose en las proyecciones de vídeo a un ritmo lento, acorde con el tiempo de observación y la materialidad del espacio. Espacio y tiempo son las dos coordenadas en las que se asienta toda posible explicación de la realidad. Como en Perec, para quien el mundo era el conjunto de múltiples cosas que surgen sin orden aparente, aunque en ocasiones puedan ordenarse. Una operación que Natalia Escudero pone en marcha en sus instalaciones, sobre las que ha explicado el proceso de creación: «... Pensé en colocar unos objetos junto a otros. Normalmente acumulo, los guardo en cajas y me olvido. Tampoco busco, encuentro... y mantengo el recuerdo aislado de cada uno de ellos. Se trata de objetos cotidianos, huellas, fragmentos, pequeños espacios... Al colocarlos sobre el mismo plano, la mesa, descubro las relaciones que se crean entre ellos·. Un proceder que tiene mucho que ver con la ordenación del espacio-tiempo de Perec que, como ha analizado Camarero, supone una configuración de la materia dispersa en agrupaciones nucleares del todo en múltiples partes, entre las que se establecen y mantienen diferentes relaciones. Natalia Escudero comparte con Georges Perec el intento de recoger los fragmentos diseminados de una totalidad que solo existe como una idea fluctuante.

Experiencia de lo inmaterial

Natalia Escudero tituló Blanco su exposición en la galería A del Arte (2018) donde reunió fragmentos dispersos de la «totalidad» de su proyecto. La condición de espacio expositivo la animó a cubrir una de las paredes de la galería con cortinas, detrás de las que escondió algunas de las fotografías de la serie Colecciones de paredes, de 2015. En la pared de enfrente colocó un largo estante sobre el que dispuso la secuencia de innumerables fragmentos de papel, resultado del corte transversal al que había sometido revistas y libros. Se trataba, explicó, «de una abstracción, una reducción que permite ver y mirar de forma diferente. Es una traducción de lenguaje escrito a lenguaje visual». En una esquina emplazó el escritorio ocupado por objetos encontrados, en reposo, junto a la doble proyección de video que repetía, como un eco, el título de la exposición: Blanco. En opinión de Nerea Ubieto, autora del texto que acompañó a la exposición, Natalia Escudero situaba el blanco en el centro de su discurso: el blanco es el blanco; si bien, consideró, su propuesta no tenía que ver con las cualidades inmaculadas del color sino que aludía al revestimiento que esconde otras capas: un lienzo imprimado de pasado, que eso eran las paredes de la vivienda de los abuelos. La luz que penetró físicamente en la vivienda durante tanto tiempo dejó su huella en paredes, ya sin cuadros, y en los suelos. Un libro blanco designaba con números, correspondientes al código informático CMYK, los diferentes tonos de luz blanca y entre las páginas se colaban fotografías del espacio de la casa abandonada.

Todo cambia y, sin embargo, todo se mantiene. Natalia Escudero está interesada en la transformación evolutiva de un proceso que le ayuda a remitirse a la época inicial de la memoria, comienzo de tantos trayectos, como ha escrito José Jiménez en referencia a la Metamorfosis de Ovidio. El espacio de la casa en la calle Lapuyade de Zaragoza, donde vivieron sus abuelos, le enseñó a estar atenta, a mirar de otro modo, a ver. Todo empieza, dice, cuando encuentra algo y busca su historia, para saber. En 2016 propuso nuevos relatos en la Excavación de emergencia que levantó parte del suelo de una sala en Kassel, donde ha estudiado; de 2017 es el proyecto aquy.org que activó la memoria de las piedras en Génova, y la performance que permitía mirar y tocar los libros del Consejo Regional de Kassel que iban a ser digitalizados y apartados de la biblioteca. Con lo blanco, Natalia Escudero explora la experiencia de lo inmaterial.