El valor cultural de una comunidad no se mide por la cantidad de premios que se reciban por parte de la industria ni tan siquiera por el reconocimiento que puedan tener los propios artistas más allá de las fronteras. Dicho así puede sonar a barbaridad, pero voy a tratar de explicarme. El hecho cultural existe desde el mismo momento en el que alguien está creando, independientemente de a la cantidad de gente a la que esté llegando o de su propia calidad. Casos hay infinitos a lo largo de la Historia en los que la calidad no siempre va de la mano de los reconocimientos o incluso de que estos han llegado una vez muerto el creador, en algún caso hasta siglos después.

Teniendo esta premisa clara es evidente que la cultura existe desde el principio de los tiempos y en casi cualquier lugar del planeta tanto si hablamos de zonas como de sitios privados o públicos. A partir de ahí, el objetivo, normalmente, del artista es intentar llegar al mayor número de público posible y, en ese camino y ese interés, la industria creó premios en cada una de las disciplinas. No nos engañemos, todo con el objetivo de que tenga más repercusión el hecho cultural e incluso que tengan una segunda vida determinados productos. Pero, de ahí, no se puede inferir que si los reconocimientos no llegan en forma de galardón no estamos ante un hecho cultural relevante o interesante.

Dicho esto, como apuntaba al comienzo de este artículo, el valor cultural de un lugar no se mide por todo esto, pero, entonces, ¿porqué creo que se mide? Pues por hablar claramente, por la cantidad de gente que se dedica a ese mundo tan complicado para sobrevivir como el de la creación cultural. Y hablo en todas sus variantes. Zaragoza podemos decir que es una ciudad con un gran valor cultural no solo por las exposiciones y museos con los que cuenta (una oferta que ha crecido de manera brillante en los últimos años)_sino por la cantidad de artistas emergentes jóvenes (y no tanto)_que cada día luchan por hacerse un hueco en alguna de las salas de exposiciones.

Zaragoza, por ejemplo, puede presumir de una gran vida musical porque cuenta con un gran número de bandas de nivel medio a las que les cuesta dar el salto a nivel nacional (el panorama está más complicado que nunca) pero también por todos esos músicos callejeros que, sobre todo los fines de semana, llenan las calles con sus instrumentos y sus voces llegando a congregar a bastantes personas a su alrededor.

¿Y qué decir del mundo del cine? Somos muy dados a fijarnos solamente en los premios, sobre todo, cómo no, en los Goya, pero no hay que dejar de lado toda esa cantera de cineastas que se curten en el cortometraje año tras año en la comunidad y de los cuales alguno consigue dar el salto al largometraje. Es ahí, en esa cantera y esos trabajos, muchos de ellos experimentales, donde uno debe detenerse para comprobar el valor cultural de un lugar como Aragón.

Nuestra comunidad cuenta con una cantidad enorme de creadores que cada día se desafían a sí mismos para ser capaces de generar mejores obras o, al menos, hacer reflexionar a la gente que, en mayor o menor cuantía, se pueden detener en su trabajo. A partir de ahí, el debate no es nuevo, a Aragón le falta una verdadera industria cultural para poder optar a muchas otras metas y eso, como tantas otras cosas en el mundo, únicamente se consigue con dinero. Es una lucha desde hace muchos años pero, llegue o no llegue, yo no me caracterizo por el pesimismo, no se puede negar que ahora mismo Aragón pasar por un gran momento creativo.