Es emocionante leer un libro como el que ahora sujeto entre las manos. No por el suspense ni por la sorpresa final, no por las intrigas ni por los secretos que los protagonistas seguramente se reservan como recurso infalible. Que no, que no, que en estas páginas la emoción es un vehículo al que hay que subirse para viajar por los recuerdos y para entender mejor la vida propia y la de los nuestros. Y además de hacerlo con amor, qué grande es saber añadir ciertas dosis de humor, removerlo todo, y encontrarles el punto exacto de ironía, negrura e ingenio a las frases demoledoras que no muchas personas se atreverían a pronunciar en voz alta y que aquí se convierten en necesarias quizás por eso: por la facilidad con la que a menudo se omiten.

Ausencia o presencia no sabría elegir, pues ambos elementos forman parte de su esencia componiendo un hermoso retrato que nace de gestos, reacciones o equívocos que, a su vez, surgen de la siempre oscura y temida incertidumbre. Porque la trama, como ocurre con la existencia real de cualquiera, no se ajusta a ningún esquema ideado en negro sobre blanco en una noche insomne o en una tarde lluviosa. Los hechos son los que son, no hay posibilidad de cambiarlos. Y de ahí en adelante lo que viene es una larga sucesión de textos cortos que animan a cerrar los ojos y a soñar, y en los que tienen cabida distintos saltos en el espacio, en el tiempo y en la memoria. También distintas voces, de esas a las que se les permite asomarse a la ficción.

Pepita tiene alzhéimer y, dada la complejidad de la situación, sus hijos se ven abocados a ingresarla en una residencia. Uno de ellos, David Viñas Piquer, profesor de literatura en la universidad y autor de esta novela, decide escribirla para, de alguna manera, acercarse a su madre todavía más y acompañarla en el crucial momento con la fuerza de las palabras sobre el papel. Se dan mil y una situaciones que les permiten ser cómplices y estar conectados, quizás con la esperanza de que entre tantas idas y venidas alguno de los sentidos insista en ser artífice de un giro inesperado. Lo trágico da paso a una narración serena que retrata a personajes que forman parte de dicho escenario y que van cobrando entidad conforme la estancia se prolonga.

Quédate más tiempo supone un continuo sobresalto por la veracidad de lo que cuenta y por la sensibilidad del cómo lo cuenta. Cada paso atrás deviene en un paso adelante porque supone una entrega mayor si cabe, e incluso se profundiza en las sucesivas fases de la enfermedad, en sus avisos, para conocerla mejor e intentar darle la vuelta. La unión familiar se palpa, así como la belleza de los momentos del pasado y la cantinela presente de canciones, miradas, guasas y enredos que surgen como si de auténticos misterios se tratara. Hay voces fácilmente reconocibles, deseosas de vivir lo que en otro tiempo no pudo ser o exigentes en sus manías y en sus caprichos, lo que sin duda les convierten desde su primera aparición en seres entrañables que merecen pasearse por los vericuetos por los que Pepita está aprendiendo a manejarse.

Es imposible sentirse ajeno a unas descripciones tan certeras sin necesidad de párrafos eternos repletos de enumeraciones, bien de detalles, bien de adjetivos. Lo logra con pequeños y rápidos flashes, apenas unas líneas a veces, que he interiorizado sabiendo que me arriesgaba a que algo se moviera por dentro, tesitura en la que con frecuencia me he visto. Es maravilloso que los libros tengan esa virtud, porque el oficio de lector no deja de ser solitario y frágil, y no es extraño sentirse desnudo cuando se empiezan a recibir premisas que de repente, y con gran agitación, despiertan a otras que estaban muy adentro, refugiadas en su quietud y en su silencio.

Publicada por la editorial Destino, Quédate más tiempo es una obra corta e intensa que se saborea a pesar de los sinsabores que emergen a la superficie con la naturalidad con la que el escritor los relata. No necesita poner distancia para expresarse con exactitud, pues en un afecto de verdad no hay kilómetros ni pandemias que valgan. Y me permito reiterar que no ha dejado de asomarse una amplia sonrisa a mi boca debido al tratamiento utilizado, en el que la anécdota, el hilo musical con letra de cuplé, las miradas amables y tiernas y un cierto aroma a comedia extravagante son ingredientes que priman sobre la crudeza del tema.