Visitar el pasado de uno mismo puede ser una tarea complicada. Reconocer situaciones que no gustaron y afrontar que no todo era tan brillante como parecía. Pese a los riesgos, Álvaro Ceballos volvió a su primera adolescencia para recoger algunas anécdotas y vivencias y construyó un relato sobre la educación en los colegios católicos en los años 90. El resultado, La edad de tiza (Alfaguara, 2022) es el retrato de un tiempo que, aunque pasado, sigue muy vivo.

"En la trama principal no hay casi nada de mi persona", aclara Ceballos, que prefiere mantener la distancia de la novela con su biografía: "Sí hay muchas anécdotas que me contaron algunos amigos o que yo viví". La edad de tiza es el debut en el género de un profesor de Literatura que nunca ha dejado de escribir artículos de divulgación o textos científicos, pero que no se había atrevido a saltar a la ficción. Su primer libro narrativo le ha servido para limar asperezas entre el aspecto creativo y el investigador: "No creo que haya una fisura entre la parte académica y la novela para retratar la realidad".

Pese a todas las aclaraciones, es inevitable creer, "sobre todo al comienzo del libro", que es el propio Ceballos el capitán de esa patrulla Mascarada, la pandilla de detectives que protagoniza la novela. "El narrador tiene un nombre que es un trasunto del mío", explica el autor de su protagonista, Álvaro Velayos, suceso que consigue "identificar el relato como no autobiográfico pero sí como una historia muy próxima a mí". "Sé que escribir una novela en primera persona la hace más cercana al autor", confiesa Ceballos, que también adelanta que es fácil observar como "el protagonista se aleja de mí".

Una historia de colegios y adolescentes

Una cinta de vídeo que desaparece y unos chavales que sueñan con ser los que resuelvan el misterio. Adolescentes sintiéndose como detectives. "Se parecen mucho a los que protagonizan Cuento de detectives, de Juan Marsé", asegura Ceballos, que admite antes de releer al autor catalán "consideraba mi novela una idea mucho más original".

Lo que sí es único es el espacio en el que se desarrolla la trama: "El colegio se parece mucho al lugar en el que yo estudié". El centro educativo es clave para la vida que están empezando a conocer los protagonistas: "La novela se ubica en un colegio concertado que marca las coordenadas de cómo ven el mundo los protagonistas, una forma de enfrentarse a la vida que es muy similar a la que tienen sus padres".

La novela se ubica en un centro concertado que marca la vida de los jóvenes, con una educación que recuerda al nacionalcatolicismo. Estos centros siguen existiendo en nuestros días.

Una suerte de "tiempo detenido" en el que contrastan las ideas progresistas que se comienzan a ver en las calles con la educación que los jóvenes reciben en su centro y en sus casas: "Son colegios que recuerdan mucho a la educación nacionalcatólica del franquismo". Ceballos avisa, también, de que no son exclusivos de la época, que son centros educativos que "siguen existiendo y marcando la vida de estos jóvenes".

Una reflexión sobre el pasado, pero sin lecciones

En La edad de tiza se suceden los episodios de bullying, las discusiones con las chicas de la misma edad y las mentiras a los padres. También, los chavales fuman en la calle justo antes de llegar a sus casas a merendar pan y chocolate. Cosas de esa complicada edad que son los 14 años.

Ese pasado es hoy para Ceballos un largo episodio que no termina de reconocer. "Mi pasado es un país extranjero, un lugar que siento como exótico", cuenta el escritor, que se avergüenza de algunas situaciones concretas, como esas discusiones entre amigos o esa actitud machista que se respiraba en la época.

Junto a ello, un intento de denuncia de, al menos, el entorno de la novela: "Me parece necesario mostrar el aspecto cuartelario que tenían los colegios religiosos". Aunque, siempre, sin llegar a caer en la doctrina que tanto crítica: "No tengo un objetivo educador, pero siento que se ha cometido un error al ver a la religión como la dueña del monopolio de la bondad".