Han convertido su cuerpo en un libro andante donde residen amores perdidos, recuerdos de dolor y alegría, hazañas de baloncesto... el álbum de su vida inscrito a flor de piel. Oscar González, Diego Ciorciari, Otis Hill y Lester Earl exhiben sus tatuajes con orgullo, como un espejo donde se refleja su personalidad. En el CAI son los únicos que lucen estas pinturas de guerras. Y cada una tiene su leyenda.

La historia más triste reposa en el homoplato izquierdo de Lester. Bajo la leyenda In join (Unidos), emerge un planeta sostenido por una mano y en cuyo interior se ve un nombre: Nicole. "Era mi novia y nos íbamos a casar. Pero murió de un disparo. Eso fue en el 1996", recuerda con dolor el duro pívot del CAI. La sinceridad es una de sus virtudes. Quizá por eso se tatuó en su vientre la palabra Tru (abreviatura de verdad). Aún queda un rincón para el baloncesto. Su mundo. En el hombro derecho está dibujada una canasta en la que una mano sostiene una pelota con forma de globo terráqueo junto a la frase The world is just the game (El mundo es sólo el juego).

En nombre del padre

Sobre el gran corazón de Otis se incrusta una cruz de puntas. "Es en recuerdo de mi padre fallecido", dice. En los tatuajes del neoyorquino se entremezclan dos ingredientes: su fuerza en la pista y su cara más familiar. En el bíceps derecho muestra un corazón ardiente en forma de pelota y debajo el nombre de sus dos pequeñas hijas. Hay un tercero. En su brazo izquierdo resalta cinco ideogramas orientales. Otis cuenta su historia: "Cuando estaba en el instituto fuimos dos meses a China. Me lo hice ahí. Significan hombre, negro, corazón, padre y colina (traducción de Hill al castellano)".

Ciorciari es cien por cien argentino. Sus tatuajes, también. "Me los he hecho todos en mi país. Me gustaría hacerme más", explica Diego. El más reciente está oculto a las miradas ajenas. Cuatro nombres se posan en el exterior de su pie derecho. Queto, Mary, Seba y Toti, siempre seguirán sus pasos. Son su padre, su madre y sus dos hermanos y de esta forma Diego quiere sentirse más cerca de su familia. Más arriba, en su hombro resalta una pelota envuelta en llamas, donde se camuflan sus iniciales (D. C.), y en la que está inscrita un vocablo chino (Magia). Muy parecido a éste es el que luce en su gemelo derecho. Una pelota escapa de su interior con el 8 , su número.

Oscar González es el último en apuntarse al museo caísta del tatuaje. En su piel se enmarca su paso por la NCAA. En el hombro izquierdo luce un gorila (mascota de Pittsburg State) apresado dentro de una pelota, donde figura su número (14) y el balance de victorias que logró el equipo en tres años (86-33). Encima aparece la leyenda All American . "Entré en el tercer mejor equipo de mi competición en dos de los cuatro años que estuve allí", explica el madrileño. En su pierna derecho se lee la palabra felicidad en chino, tatuado en Cáceres. Por ahora son cuatro, pero alguno más amenazan con unirse a ellos.