Joan Lino Martínez es un tipo agradecido y oportuno. Agradecido porque, nada más saltar 8,37 y sin sacudirse la arena del foso, señaló a su entrenador Juan Carlos Alvarez como diciendo: "Tú eres el que me hace volar". Y oportuno porque en la última prueba, la longitud, cuando España aún se lamía las heridas del 4x400 masculino y no acababa de superar el bronce y la plata, llegó Joan Lino y consiguió la medalla de oro con un brinco tremendo, su segunda mejor marca personal, y dos centímetros mejor que el salto que le dio el bronce olímpico en Atenas-2004.

Su devoción para con Juan Carlos Alvarez es la expresión clara de una persona bien nacida. Alvarez ha hecho de entrenador del cubano cuando aún no era hispano. Pero también de padre, de patrocinador, de gestor, de casi todo con el atleta que se había enamorado en Guadalajara y luego se ha separado de su pareja.

Su situación en España llegó a ser desesperada, sin dinero y, lo que es peor, sin papeles. Tras un maratón de papeleo, con la ayuda una vez más de su entrenador, logró por fin la nacionalidad española, poco antes de los Juegos de Atenas. Qué casualidad.

Joan Lino nació en La Habana. Su madre se peleó con su padre por el nombre, porque a ella le gustaba el Joan catalán y a él el del abuelo Lino. Para no discutir más se quedó con Joan Lino. Martínez, negro, español y antirracista declarado, no renuncia a sentirse cubano. Entre otras cosas, su facilidad para el brinco y la endiablada velocidad que alcanza en el pasillo, son una seña más de identidad de su raíz afrocubana. El oro que le faltaba a España llegó de La Habana.