A veces, los gestos y las miradas dicen mucho más que miles de palabras. A veces, un detalle habla por una persona. Anoche, bajo la lluvia de Stuttgart, consumado su reencuentro con el gol, Raúl, el capitán que ya no luce el brazalete porque no es titular, gritó más fuerte que nunca. Ese grito desgarrado después de empujar con la pierna derecha una pelota a la red, y tras superar a Trabelsi, el defensa del Ajax, contenía muchos mensajes. A su manera, con un gol típicamente rauliano, o sea logrando un tesoro donde otros ni van a buscarlo, se demostraba a sí mismo que su vida futbolística no ha acabado.

Gestos significativos

Logrado el gol que tanto necesitaba, más incluso que España, Raúl quedó estrujado por Pernia, un recién llegado a la selección, zarandeado por Joaquín y Puyol, dos nombres consagrados. Uno a uno todos fueron acercándose al delantero del Madrid, mientras él, sin parar de gritar, se tocaba el corazón mirando a la grada de Stuttgart. Guardándose acaso los gestos más significativos de vuelta al centro del campo. Fue entonces cuando Raúl, sin necesidad de abrir la boca, dijo muchas cosas. Corrió al encuentro de Michel Salgado, compañero en el Madrid y uno de la vieja guardia de España que se ha visto relegado por el rejuvenecimiento de la selección.

Hay abrazos. Y abrazos. Con Salgado fue mucho más. Se fundieron las dos figuras, liberando la tensión acumulada en una extraña concentración para ellos. Antes, eran los jefes. Ahora son secundarios. Raúl se abrazó lleno de éxito. Michel, en cambio, está lleno de rabia porque no le dejan jugar. Pero aún faltaba lo más simbólico. Un experto en comunicación no verbal tendría material para hacer un tratado sobre el comportamiento de las personas en momentos de máxima presión. Con Raúl, por supuesto, de protagonista. Acabado el abrazo con Michel, fue al encuentro de Cañizares, mucho más que un amigo para él. Tras cuchichear en el banquillo al principio del partido, se unieron como si no desearan despegarse nunca. Como si Raúl y Cañete sellaran a ojos del mundo, en la remontada de Stuttgart, un pacto de sangre.

No hacía falta porque ya se sabía que la vieja guardia estaba herida. Se sabía que no entendía de relevo generacional. Que Raúl enarbola una bandera de rebelión permanente. Lo sacaron en la segunda parte cuando España perdía 0-1 y, 45 minutos más tarde, al mirar el marcador se sentía dichoso. La selección ganó 3-1. Podría hablarse de los cambios acertados de Luis --Cesc intervino en los dos primeros goles--, de Fernando Torres --el pichichi del Mundial con tres goles, el delantero que peor puntería tiene--, pero apareció Raúl y se abrazó con sus amigos.