La gran pasión de Raquel Alejandre es viajar por los cinco continentes para ascender a las grandes cumbres de la Tierra. Ya ha subido el Naranjo de Bulnes, el Toubkal, el Gran Paradiso, el Kilimanjaro, el Damavand (Irán), los Ojos del Salado (Chile) y el pasado otoño llegó el campamento base del Everest. Después alcanzó su techo alpinístico, el Island Peak, de 6.189 metros de altura.

Pero esta alpinista veterana residente en Jaca, aunque nacida en el pequeñito pueblo zaragozano de Berdejo, es una deportista muy especial. Raquel Alejandre ha logrado todas estas pequeñas gestas pese a ser deficiente visual. "En mi juventud no tenía diagnosticada esta enfermedad que es degenerativa. Se va demostrando con el tiempo. Antes veía perfectamente". La enfermedad se denomina Ojo de Buey. "No tengo visión binocular y en el centro del ojo tengo como una mancha. En la periferia también tengo manchas y la agudeja visual se va deteriorando. A mejor ya no puedo ir. Me conformo con que no vaya a peor", explica.

Desde jovencita, sus contactos con la montaña fueron gracias al esquí de pista. Pero una vez que tuvo a una niña, Alexandra, se enganchó al montañismo. "Cuando se fue haciendo mayor, hacíamos rutas pequeñitas y paseos. La una a la otra nos fuimos animando. Mi hija hace ahora esquí de travesía a muy buen nivel", indica.

La aventura al Island Peak se gestó gracias a una iniciativa del Club Pradoluengo de Burgos. "En esta entidad hay otro deficiente visual, Ricardo Barni, y le ofrecimos la idea de ir al campo base del Everest con la Escuela Militar de Montaña de Jaca". Era la primera vez que Raquel iba al Himalaya. No tuvo ningún problema físico a tanta altura. "La verdad es que me adapté muy bien. Lo único fue pesadez de cabeza a 5.000 metros. Se podría deber a los nervios de hacer cima", afirma.

El día de cima fue espectacular para la cordada. "Fue estupendo el tiempo. Quizás hacía excesivo calor. Llegamos a la cumbre los doce miembros. La cima es muy pequeña y hay que subir casi por turnos". El Island Peak se puede subir andando. "Aunque puse las manos en algún escalón, pero fue por mi problema visual. Tiene algún tramo como el Paso de Mahoma del Aneto, pero menos expuesto. Después llegamos al glaciar y nos calzamos los crampones. A continuación llega a una rampa de 40 grados y la arista cimera", recuerda la alpinista.

Una de sus asignaturas pendientes es el Mont Blanc. Lo ha intentado dos veces, pero nunca tuvo suerte. "El viento me frenó y no pudimos subir. No me apetece volver a intentarlo. Prefiero hacer otras cosas". Pero el Naranjo de Bulnes no se le resistió. "Lo ascendí por la cara sur. Lo hice con los militares", afirma.

También es socia del Club Medio Natural y Discapacidad de Jaca. "Es un grupo pequeño de discapacitados y guías de unas 30 personas". Este año tenía previsto acudir al Pequeño Tíbet en la India. "Pero la gente no se ha animado y cuando menos gente se apunta, más caro te sale. Cada uno se paga lo suyo y no tenemos subvenciones", dice.

Normalidad

Alejandre es una persona normal que realiza más actividad si cabe que una persona normal. Compatibiliza su trabajo en una tienda de electricidad en Jaca con su actividad deportiva. Para ella, no es un lujo haber tenido todas estas apasionantes experiencias. Alejandre se entrena todos los días. "En inviernos suelo ir al gimnasio y los fines de semana esquío en pista o hago esquí de montaña. Pero no corro a pie porque tengo las rodillas averiadas. Las bajadas las temo más que las subidas. Hago más bicicleta, que me va mejor para las rodillas".

No renuncia a regresar al Himalaya. Pero nunca se ha planteado intentar subir un ochomil o ir al Aconcagua. "Ya estuve en los Ojos del Salado, una montaña de 6.934 metros". También le gusta el mar. "Pero sobre todo para ir de vacaciones, no para practicar vela y eso que hice un cursillo de buceo. Por hacer que no quede. La montaña te da mucha paz. Ordesa me encanta y aquí la Peña Oroel es como ir de paseo. Si no tienes nada que hacer, te vas a la Peña Oroel en una tarde", sentencia Raquel Alejandre.