Solamente aquellos que van en bicicleta de carretera y hacen sus salidas en grupo son capaces de alcanzar a entender y asimilar el beneficio de pedalear a rueda de otro ciclista o, como ventaja añadida, hacerlo en el vientre de un grupo más o menos numeroso. No tiene nada que ver en cuanto a esfuerzo abrir la marcha del pelotón como punta de lanza o rodar dentro del grupo. Ayer, con el retorno a la llanura, los chicos de Voeckler dejaron la responsabilidad de conducir la carrera a los gregarios de Cavendish, con grandes intereses en la meta de Montpellier.

Después de marcar el ritmo de la carrera en las rutas pirenaicas los guardaespaldas del líder se cobijaron en la oficina, disfrutando por fin de una jornada tranquila. Ese espacio se sitúa en el corazón del pelotón. En la vida diaria identificamos una oficina como un lugar confortable donde se vive al margen de ciertas penalidades propias de un trabajo más exigente.

En la carrera es el refugio de los desheredados de las escapadas anuladas y también de aquellos líderes que deben reservar sus fuerzas para momentos puntuales y determinantes. No podemos hablar de exceso de confort porque en la oficina ciclista también se suben cuestas y hay que pedalear pero no es un trabajo a la intemperie. Ayer, tras los Pirineos, fue el día menos complicado para el pequeño Voeckler desde que lleva el maillot amarillo. Cavendish le prestó su butaca.