Para recuperar fuerzas y reponerse de una herida no hay nada mejor que tumbarse en la cama o el sofá y ver pasar las horas. Sin embargo, la gran duda que aflora al pelotón es saber hasta dónde recobrará la salud, hasta qué punto sanará la rodilla y si será el de antes con etapas como la de ayer, en la que tus gregarios deben protegerte de ráfagas de viento de hasta 70 kilómetros por hora y encima tener que pedalear y guardar el equilibrio para no volver a caerse. Solo hay un ciclista en el firmamento capaz de desafiar al descanso en la cama y el sofá y recuperar fuerzas a base de combatir en primera línea, en la trinchera del Tour. Y ese no es otro que Alberto Contador.

Contador sabe, sin querer arrancar muchas hojas del calendario, que no es aquel corredor que en el mes de mayo, a la primera cuesta del Giro, dejaba sin respiración al resto de contrincantes. "El sábado en el Plateau de Beille --explicó ayer el tricampeón de la ronda francesa-- puse tres veces el plato grande en la bicicleta pero opté por quitarlo". No quiso jugar sus cartas, porque no estaba convencido de tener la baza ganadora.

UNA FE CIEGA En su entorno se sigue teniendo una fe ciega, casi religiosa, hacia el ciclista pinteño. Sin embargo, conforme pasan los días se van descubriendo detalles que ponen en evidencia la tremenda preocupación que originó la caída del domingo, 10 de julio. La rodilla derecha de Contador llegó a estar más inflamada de lo que se explicó y el corredor temió por su continuidad. Los dolores prosiguieron el jueves pasado, en la etapa que ascendió el Tourmalet y Luz Ardiden. A la lesión se unió "un problema de alimentación", según se apuntó en su entorno. Contador pudo estar entre las cuerdas si los hermanos Schleck, pésimos estrategas, se hubieran percatado de los problemas del madrileño y lo hubiesen atacado desde lejos. En Luz Ardiden, Contador pudo perder un Tour que sigue teniéndolo, con los Alpes por delante, como el principal candidato al triunfo.

Los campeones deben ser hábiles y no solo moviendo los pedales. En 1990, también en Luz Ardiden, Greg Lemond no se fiaba de Pedro Delgado, que la noche anterior apenas había dormido por problemas gastrointestinales. El estadounidense, antes de atacar, se acercó a Perico con la excusa de una pregunta. El segoviano no podía articular palabra. Fue la señal para que Lemond demarrara en persecución de Induráin, que andaba en fuga para anotarse el triunfo.

Ni los Schleck, ni Evans, fueron tenaces el jueves pasado. El sábado, Contador ya estaba mejor. "Creemos que en los Alpes podrá estar cerca del Contador del Giro y atacará", afirman en su entorno. "No voy a llegar a París con la duda de que podía atacar y no lo he hecho", repitió el corredor tras finalizar la etapa de Montpellier, ganada al esprint por Cavendish y con Voeckler al frente de la general. Los Alpes se presentan cargados de pasión. El Tour está en el aire y pendiente de Contador.

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