Estaba cantado que frente al reloj Cadel Evans tenía todas las de ganar, como finalmente sucedió en la crono de ayer en Grenoble. Era lo lógico. Su pedaleo martilleante, feroz y musculado no tuvo problemas para maniatar la marca de Andy Schleck, un ciclista de fantástica estampa escaladora pero con falta de dotes para la lucha en solitario. Evans ganó este Tour en el Galibier. Y lo hizo por sí mismo, sin recibir un solo relevo cuando se fue a buscar la estela de Andy. Entre el desvío del Lautaret y la cima de este coloso alpino arrebató a Schleck esos dos minutos que hoy le han servido de colchón para ganar el Tour, para llegar de amarillo a París. No hay más misterio.

El luxemburgués, por su parte, quiso ganar como lo hacía su compatriota Gaul, con una fuerte exhibición montañera, pero en esta edición de suma igualdad, al igual que a Contador en Alpe d´Huez, le fallaron al final las fuerzas, perdiendo esos cien segundos que hoy le habrían dado el Tour. Bien por Evans y por su sabia manera de correr el Tour, siempre atento, siempre dispuesto a tomar el mando de la carrera cuando fue necesario pero nuca a la ligera. Nadie le ha regalado nada. Ha sido la regularidad absoluta, en eficaz combinación con una total visión de la carrera. Es cierto, ganará el Tour huérfano de triunfos parciales, sin haber levantado los brazos en ningún final de las 20 etapas celebradas hasta ahora, como ya lo hiciera el francés Roger Walkowiak hace más de medio siglo, concretamente en la edición disputada en 1956, lo cual no le resta ningún mérito.