Hagan juego, señores. Ya no quedan días como ayer en los que una nube rebelde remojó al pelotón a mitad de la etapa como si fuera una bendición, un baño de placer para quitarse de encima, aunque fuera sin jabón, la lacra del sudor en otra jornada de calor, alegrada por el canto de las cigarras provenzales. El Tour entra a partir de hoy en erupción. La ruleta de las montañas, en los Alpes, empieza a girar para otorgar el jersey amarillo que pasea el francés Julian Alaphilippe pero que, ni mucho menos, tiene amarrado en una cordillera alpina que se presenta mucho más intensa, complicada y exigente que la pirenaica superada la semana pasada.

Ya no queda otra que jugársela en los Alpes con una general abierta y en la que hasta siete ciclistas, contando a Mikel Landa, pueden golpear, con premio indistinto, a Alaphilippe, y con una Francia que confía en que, si tiene que cambiar la prenda amarilla de propietario, que vaya a las espaldas de Thibaut Pinot, el otro compatriota con opciones reales de triunfo final.

El Tour atravesó ayer la Provenza, quizá una de las zonas más ricas en paisajes de Francia, con sus aromas, con sus vinos y sus pueblos. Pero, aunque pudiera parecer lo contrario, aunque el pelotón llegó a Gap a 20 minutos de una férrea escapada donde estaba el italiano Matteo Trentin, campeón de Europa y supercazador de etapas, la apatía de las figuras tampoco permitió el turismo ya que todos estaban pensativos por lo que les espera entre hoy, mañana y el sábado.

BATALLA A 2.000 METROS

Llegan los salvajes Alpes con una guerra que se inicia en el Izoard, por su histórica vertiente de la Casse Déserte, testimonio de viejas batallas con Coppi y Bobet como intérpretes, Y que continúa luego en el Galibier, tal vez la cima alpina más legendaria de la ronda francesa, donde está terminantemente prohibido tomarse una tregua como sucedió ayer. Sería un insulto al monte y sería también un desperdicio porque los 19 kilómetros de bajada hasta la meta de Valloire no son ni mucho menos un camino para descansar sino para aumentar o resistir con las diferencias alcanzadas a 2.642 metros de altitud.

Los Alpes reúnen hasta seis subidas por encima de los 2.000 metros. Este es el detalle que hay que analizar y la diferencia con unos Pirineos, que solo exhibieron un monte de estas características, el Tourmalet. El resto de cumbres veía las nubes a más distancia. Los Alpes, además, presentan cuestas mucho más largas que su cordillera oponente. Solo hace faltar constatar los 33 kilómetros del sábado que conducen hasta la estación de esquí de Val Thorens, donde el Tour de Francia 2019 quedará sentenciado y solo estará a la espera de la fiesta de París.

Todos esperan, como si fuera la crónica de un ataque anunciado, la ofensiva del Movistar, de Landa, quien ya ayer tras superar una etapa «sin sobresaltos» proclamó libremente sus intenciones. «Es mi última oportunidad y llego con ganas. Espero que sea un buen escenario para atacar».

Y a la vez, no olvidó referirse al apoyo de sus compañeros. «Necesitaré al equipo». Si Nairo Quintana se dio por aludido sería una bendición para el corredor alavés, porque su colaboración es tan básica como necesaria para que Landa, como si fuera el volcán de los Alpes, ponga al Tour en erupción. De su ofensiva depende la selección definitiva y el vencedor final de la prueba.

El líder Alaphilippe, en cambio, jugará a la defensiva, en su teoría de que solo puede contemplar el futuro día a día. Si salva el Galibier, todavía tendrá el Iseran al día siguiente y un Val Thorens que en una pesadilla podría convertírsele en una cima inalcanzable. Al menos, ayer, recuperó a Enric Mas, tras las crisis de días anteriores. El joven ciclista mallorquín es el único apoyo en la montaña que tiene el jersey amarillo Alaphilippe y una pieza vital para ser el primer francés que triunfa en París 34 años después de Hinault.