Entre la millonada de imposibles que tritura Killian Jornet está la barbaridad de unir el Pirineo. No hablamos de política ni de Juegos, hablamos de una pateada fina. En ocho días fue de Hondarribia a Llança. ¿Bestialidad? Nada. Poca cosa. El suizo Chrigel Maurer te lo deja en poco más de tres. Volando va. Literal. Triple campeón de la X-Pyr y planeando hacia su póker si Pinot o Remi no lo evitan este sábado.

Surcar un mar de tresmiles por el indómito Pirineo es un gancho que ha atraído a 42 equipos de Japón, Canadá, México, Europa… de todo el mundo a la celebración del décimo aniversario de la X-Pyr. Porque por premios no va a ser. No hay. La carrera alinea Hondarribia y Pont de la Selva, es decir, 605 kilómetros del Cantábrico al Mediterráneo, de supervivencia y hermandad. Casi dos tercios de los participantes se retiran por su dureza.

El agitado tiempo, las tormentas, han apretado un poco más la tuerca de dificultad de una hike and fly, es decir, combina senderismo y vuelo libre. «No pueden usar ni bici, ni coche, ni patinete», advierte Iñigo Redín, director técnico de la X-Pyr. El ganador tardará siete días.

El lío consiste en ir pasando por encima de unas balizas situadas en ocho puntos estratégicos. No hay etapas. Cada uno se busca la vida y la ruta. Cada piloto lleva un asistente, que sí puede ir en bici, coche, patinete y hasta en parapente, «pero nunca puede volar en equipo, hacerle de guía», indica el organizador. Peña Montañesa ha sido uno de esas referencias de orientación en un sinuoso trayecto que ha hilvanado Francia, España y Andorra. «Es mucho más sencillo cruzar volando el Pirineo que por carretera», bromea Redín.

Seguir a los planeadores es complicadísimo, porque las distancias entre primeros y últimos se cuentan en centenares de kilómetros. «El miércoles, el primero estaba llegando a Benasque y el último aún iba por Navarra». No se descalifican por tiempo, como ocurre en otras citas internacionales, y el final llega hoy a las 21.00 horas se esté donde se esté.

Es obvio que es preferible volar a ir andando, más rápido y cómodo, siempre que las condiciones lo permitan. No solo la lluvia, el viento y las térmicas deciden las horas entre las nubes. Además, es obligado parar desde las 21.00 a las 7.00 para descansar sin poder avanzar más de 150 metros en este paréntesis. «El punto clave es la previsión, ver la meteo y decidir desde donde vas a poder despegar. Eliminamos todo el riesgo. Si llueve levemente solo se pueden hacer distancias cortas», añade Iñigo. Se han llegado a completar 70 kilómetros corriendo, con el pesado equipo a cuestas (unos 13 kilos), en un día, mientras que volando se superan los 200 de una tacada.

Sin pérdida

Cada uno hace el recorrido que puede, sin poder traspasar zonas protegidas, como ZEPA o Parques Nacionales como Ordesa. Llevan el control de cada piloto con un doble dispositivo terrestre y por satélite. «Se han dado pocos, pero algún caso, de perder la señal y pasar unas horas en suspense, hasta que te aparece en cualquier sitio comiendo un bocadillo», asiente Redín.

El asistente ejeano Felipe Tudela es el único aragonés de esta edición con el retirado José Ignacio Arévalo, gaditano afincado en el Alto Aragón. Otros años ha volado el turolense, vecino de Jacetania, Antonio Ramos y Demetrio Lozano. Sí, el balonmanista residente en Zaragoza, es un habitual de estas isobaras. Empezaron con 13 pilotos y ahora son 42. «Hemos ido ganando proyección. Lo de este año está siendo una locura, no lo esperábamos. Hemos tenido que aumentar la capacidad de nuestra web por el número de visitas. Recibimos más del doble de inscripciones. Hacemos una selección valorando el nivel, su procedencia, su historial y hasta su impacto en redes sociales», describen desde la organización.

El Gobierno de Aragón apoya esta prueba desde su primera edición en 2010. La última se tuvo que cancelar por la pandemia. Su dimensión se ha multiplicado porque «gustan los Pirineos. No están tan explotados como los Alpes. Hay zonas donde se vuela sin ver pueblos, ni carreteras o sin tener cobertura», incide Iñigo Redín. Esa cordillera «asilvestrada» promueve un sentimiento de fraternidad y la alegría cuando, en medio de la nada, cansados, se encuentran dos voladores.

Toda esta atracción y buen ambiente la sujetan únicamente un grupo de 35 voluntarios con mucho tajo, con una ingente labor burocrática, pese a ser bianual. «Vamos a terminar muriendo de éxito si no se profesionaliza», lamentan desde la X-Pyr, con los pies en la tierra.