RINCÓN LITERARIO

Invisible

'Invisible', un relato de Andrea Draghici del Centro San Valero.

'Invisible', un relato de Andrea Draghici del Centro San Valero. / FREEPIK

Andrea Draghici

Caminaba por la calle apresuradamente, tratando de no perder el autobús que me lleva al trabajo. Había pasado una mala noche, y no quería llegar tarde y enfrentar un posible regaño por parte de mi jefa. De repente, sin darme cuenta, choqué contra alguien. Me detuve de inmediato para disculparme, pero la persona parecía no haberme notado. Miré confundido a mi alrededor y me di cuenta de que la persona no podía verme ni escucharme. Me acerqué de nuevo, tratando de llamar su atención, pero fue en vano. Me sentí como un fantasma en su mundo, invisible e inaudible.

En ese momento, me sentí increíblemente solo y desconectado de todo lo que me rodeaba. Me pregunté si acaso yo era el problema, si algo en mi vida me había llevado a este momento de invisibilidad. La experiencia fue un recordatorio de lo fácil que es sentirse aislado incluso en medio de una ciudad llena de personas. A medida que continué caminando hacia mi trabajo, empecé a sentir algo de alivio al darme cuenta de que todos podemos tener días en los que nos sentimos invisibles. Tal vez la persona con la que me crucé, estaba pasando por una situación difícil en su vida y simplemente no estaba prestando atención a su entorno. O tal vez simplemente estaba perdida en sus propios pensamientos.

De cualquier manera, el incidente me hizo recordar que nunca se sabe lo que está pasando en la vida de los demás y que, a veces, simplemente tenemos que seguir adelante y esperar que nuestro propio camino nos lleve a un lugar mejor.

Sin embargo, un grito en la lejanía llamó mi atención y me di cuenta de que la persona con la que había chocado estaba tendida en el suelo, rodeada de gente intentando ayudarla. Al acercarme, noté que tenía una lesión grave en la cabeza y me sentí mal al darme cuenta de que fui yo quien la había empujado y causado la herida.

Me arrodillé junto a ella tratando de disculparme y ofrecer mi ayuda, pero no parecía ser consciente de mi presencia, como si fuese invisible. En ese momento, un hombre que estaba observando todo el incidente se acercó a mí y preguntó si había visto a la persona que había empujado a la chica.

Me sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. Había estado tan preocupado por llegar al trabajo a tiempo que no había prestado atención a mi entorno, y ahora una persona estaba gravemente herida por mi descuido. Me sentí culpable y avergonzado, y el hecho de que la víctima no pudiera verme ni escucharme hizo que me sintiera aún más impotente.

Mientras trataba de explicar lo sucedido al hombre que se acercó a mí, mi mente se llenó de pensamientos y remordimientos. ¿Cómo pude ser tan egoísta y distraído? ¿Cómo podría reparar el daño causado a esta persona?

El hombre que se acercó a mí parecía enfadado y frustrado, pero también preocupado por la víctima. Me preguntó una y otra vez quién era la persona que había empujado a la chica, pero yo no podía responderle. No tenía ni idea de cómo explicarle que fui yo sin sonar como un loco.

Fue en ese momento que escuché un sonido extraño detrás de mí, como si alguien estuviera tosiendo. Me di la vuelta y vi a una mujer mayor parada justamente detrás. Me miró directamente a los ojos y dijo: «Lo siento, no pude evitar escuchar lo que dijiste. Creo que puedo ayudarte». 

Me quedé sorprendido y confundido, ¿cómo podría ella ayudarme? Pero ella continuó hablando, diciéndome que tenía una habilidad especial para hablar con los muertos. Me explicó que podía ayudarme a comunicarme con la víctima y disculparme con ella. En ese momento, estaba tan desesperado que decidí que no tenía nada que perder. La mujer me tomó de la mano y cerré los ojos, tratando de concentrarme en lo que ella me estaba diciendo.

De repente, sentí un cosquilleo en mi cabeza y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Cuando abrí los ojos, vi que la víctima estaba mirándome directamente a los ojos, como si finalmente pudiera verme.

Entonces las palabras comenzaron a fluir de mi boca, palabras que no sabía que tenía dentro de mí. Le dije a la chica cuánto lo sentía, cómo fue un accidente y que nunca tuve la intención de herirla. Le pedí perdón y le dije que haría todo lo posible por ayudarla en su recuperación.

Ella me miró con un brillo en sus ojos, y aunque no dijo una palabra, sentí como si hubiera entendido todo lo que le dije. En ese momento, tuve una sensación de paz y alivio, como si un peso hubiera sido levantado de mi conciencia.

Cuando me di la vuelta para agradecer a la mujer mayor que me ayudó, ella había desaparecido sin dejar rastro. Fue en ese momento que me di cuenta de que, a veces, las personas más sorprendentes pueden ser las que nos ayuden en los trances más oscuros.

Finalmente, decidí cambiar mi rumbo, de vuelta a mi casa, tras saber que la víctima iba a estar bien. Caminé sin prisas esta vez, ahogándome en mi remordimiento. Entré a mi edificio y saqué las llaves mientras subía las escaleras. 

Frente a mi puerta, no se encontraba mi propio felpudo, un regalo de mi madre, sino otro totalmente distinto. Asombrado, miré a mi alrededor, asegurándome de que estuviese frente a la puerta correcta. 

Al final, decidí meter la llave en la cerradura, pero mi mano traspasó la puerta. Soltando las llaves del susto, decidí ingresar todo mi cuerpo atravesando la entrada. 

Llegué al salón, la televisión encendida y el sonido del microondas funcionando de fondo. En estado de shock, me dirigí hacia mi habitación, y para mi sorpresa, cajas de mudanza apiladas, llenaban la habitación vacía.

Pero esta extraña sensación de invisibilidad no me impedía seguir sintiendo emociones y pensamientos. En mi mente, se acumulaban las preguntas sin respuesta: ¿qué estaba sucediendo?, ¿por qué mi casa estaba siendo ocupada por desconocidos?, ¿dónde estaba mi familia y mis amigos?

Intenté gritar para llamar la atención de alguien, pero mi voz parecía no tener fuerza. Me sentía atrapado en mi propio cuerpo invisible, incapaz de hacer algo más que observar lo que sucedía a mi alrededor.

Finalmente, decidí explorar mi propia casa y tratar de encontrar alguna pista sobre lo que estaba sucediendo. Caminé por las habitaciones, revisé armarios y cajones, pero no encontré nada que pudiera explicar la extraña situación. La incertidumbre y el miedo comenzaron a apoderarse de mí, y me pregunté si alguna vez volvería a ser visible. ¿Sería esta mi nueva realidad?

Todo cobró sentido, en ese día tan raro e ilógico, me miré en el espejo… ¡Y casi no me vi! Parecía una sombra, un haz de luz. Empecé a recordar mis últimos momentos una y otra vez… y dije en voz alta: «Estoy caminando por la vida como un espectro sin alma ni propósito». En otras palabras, estaba vacío, mi cuerpo era invisible.