Cualquiera que escuchara ayer el discurso de investidura del nuevo presidente de la Comunidad Valenciana, Alberto Fabra, no lo diría, pero ayer esa autonomía vivió un punto de inflexión política. Pasó la página de la era de Francisco Camps, un presidente que en dos meses ha viajado de la mayoría absoluta en las elecciones autonómicas del 22 de mayo a la renuncia, forzado por una situación complicada ante la justicia, pero, sobre todo, por el líder del PP, Mariano Rajoy, que también es candidato a la presidencia del Gobierno y que no quería que unos trajes malditos se cruzaran en su esprint hacia la Moncloa.

Fabra convirtió su exposición en un homenaje a su antecesor en el cargo, al que llenó de elogios. Fue un discurso corto y escasamente concreto en lo que a la gestión futura se refiere, con la excepción de un plan de ajuste para ahorrar 700 millones de euros y la creación de un consorcio de empresas públicas para incrementar el control sobre su gestión. El todavía alcalde de Castellón --dimite hoy-- fue mucho más claro al expresar los sentimientos que profesa hacia quien ayer dejó de ser jefe del Ejecutivo valenciano oficialmente.

ADMIRACIÓN Y RESPETO Fabra empezó hablando de la necesidad de crear empleo, pero no tardó en adentrarse en el género del homenaje: "Quiero manifestar toda mi admiración y todo mi respeto por el molt honorable president Camps. De su mano, la Comunidad Valenciana ha experimentado una gran transformación reconocida dentro y fuera de su territorio. President, tienes el aprecio y el cariño de la gente, de tu grupo parlamentario, de tu partido y el mío propio". Para dar todavía menos sensación de ruptura con el pasado reciente, el nuevo responsable del Gobierno regional volvió a aludir al presidente saliente un poco más tarde: "Estos son mis principios, los principios de Camps, los principios del PP". Un mensaje claro: aquí no cambia nada menos lo imprescindible y el legado del expresidente pervive.

Fabra dejó aparcada la contundencia que le había llevado a afirmar en los últimos días que estaba dispuesto a mostrar contratos relacionados con le caso Gürtel y a recibir a los familiares de las víctimas del accidente del metro de Valencia. Todo ello, que vendría a representar lo que de novedad supone su figura, quedó fuera del discurso de investidura. Solo en las réplicas, y porque le instaron a ello los grupos de la oposición, anunció que el portal de la Generalitat valenciana publicará los obsequios recibidos por los altos cargos y confirmó que se verá con los familiares de las víctimas del metro para darles "cariño" y explicarles la labor realizada por el Gobierno valenciano en su caso.

En realidad, quien mejor explicó el tono de Fabra y el del acto en general fue el secretario de comunicación del PP, Esteban González Pons, al que se vio la mar de contento por los pasillos y quien subrayó la "naturalidad" del relevo entre el nuevo y el antiguo presidente. Como se produjo "sin ninguna ruptura", recalcó, más que un relevo le pareció "una transición". González Pons también advirtió de que el partido "en ningún caso obligará" a Camps a dejar su escaño por las irregularidades de las que se lo acusa, ya que, afirmó, esa decisión es "personalísima". También consideró que la "dignidad" del expresidente le obligaba a asistir a la sesión de ayer, si bien se ausentó de la Cámara durante las intervenciones de los portavoces de la oposición.

Algo que molestó al socialista Jorge Alarte, que criticó con dureza la actitud de Camps. El líder de los socialistas valencianos hizo todo lo contrario que su rival, esto es, bucear en los conflictos que hicieron necesaria la sesión de investidura, recordar que el actual Gobierno autónomo pierde a su timonel tan solo 40 días después de su formación y denunciar la "grave crisis institucional". Inicialmente, Alarte fue conciliador con Fabra, hasta que este contestó y el socialista dijo sentirse decepcionado.

ENGAÑO El jefe de la oposición acusó al PP de "engañar" a los valencianos por haber presentado en las últimas elecciones autonómicas a Camps, "un candidato que no tenía futuro". Consciente de que gracias a la mayoría absoluta cosechada el 22-M el porvenir de la comunidad está en manos de los conservadores, Alarte les reconoció esa legitimidad y les ofreció 15 puntos para llegar a acuerdos. Pero recabó respuestas huidizas de Fabra, que acabó siendo elegido únicamente con los votos a favor de los diputados de su partido (incluido Camps) y la oposición del resto de grupos (PSPV, Compromís y Esquerra Unida).