A estas horas sabemos que el candidato Pedro Sánchez se presentará a la investidura sin los apoyos necesarios, también que las negociaciones están bloqueadas, que no habrá otra oportunidad más allá de julio, es decir, correrá el plazo indefectible para unos nuevos comicios. Todo eso sabemos, pero queda por saber lo más importante: por qué.

Es de suponer que aquel deseo juvenil de transparencia de Podemos hoy no se puede cumplir; las negociaciones, en su detalle, deben desarrollarse en la penumbra, es lógico, pero que no sepamos nada es otra cosa. En una democracia madura, la ciudadanía tiene derecho a que se le cuenten cuáles son esos obstáculos que impiden un acuerdo entre las dos fuerzas progresistas señaladas en las últimas elecciones, habida cuenta de la insistencia deliberada, y hasta beligerante, de los partidos de la derecha en no ceder lo más mínimo ante la posibilidad de una investidura de Estado de la lista más votada, es decir, del PSOE.

Si los negociadores no están dispuestos, sino de una manera críptica, adobada por sus segundos y filtraciones interesadas, a que conozcamos qué pasa, nos vemos obligados a conjeturar o, al menos, a hacernos preguntas impertinentes. La más de ellas: ¿hay razones inconfesables para que representantes de Podemos no estén en un Gobierno de coalición? La verdad es que de todo lo que está ocurriendo en estas largas y cansinas jornadas, lo más preocupante es la falta de transparencia.

Ciertamente, hay tantas soluciones cooperativas de gobiernos conjuntos como experiencias históricas y contextos. Si miramos a Alemania, como ejemplo, después de las elecciones del 2005, la testarudez de Gerhard Schroeder casi dio al traste con una inevitable gran coalición. El líder socialdemócrata ponía como condición ser canciller, la contundencia aritmética de la correlación de fuerzas acabó con la cancillería en manos de Angela Merkel, un gobierno con ministerios repartidos y Schroeder, retirado. Es solo un ejemplo genuino de otra realidad, de cómo puede acabar una negociación a cara de perro.

Nuestro contexto debe ser otro. Si hay otras causas ajenas al resultado electoral, deberíamos saberlo. De momento son conjeturas, presiones de las patronales, dicen, de los sectores financieros, hasta el grupo de Casa Lucio, con Mariano Rajoy, José María Aznar, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, ha saltado a la palestra. Este último ha puesto líneas con EH Bildu; Aznar avisa del peligro del tacticismo; Rajoy apoya un Gobierno sin Podemos; González, hierático. Los sindicatos también han apostado, en este caso, por una entente de progreso. Por si faltaba poco, el nuncio del Vaticano, Renzo Fratini, ha irrumpido para acusar al Gobierno de «resucitar» a Franco. Una injerencia, pero preocupante conociendo que la Iglesia es una experta en resurrecciones. Al desafío, un débil y zarandeado Gobierno amenaza con represalias fiscales, cuando acepta el trágala de unos Acuerdos con la Santa Sede abiertamente metaconstitucionales, como mínimo.

Sánchez quiere ser presidente, pero recibiendo; además, no explica lo que puede y lo que no puede. Si es débil en funciones, lo será funcionando.