El término dinastía implica algo heredado", explicó a la revista Time , poco antes de ganar la carrera hacia la Casa Blanca, el actual presidente norteamericano, George Walker Bush. "Nosotros heredamos un buen apellido, pero una votación no se hereda; hay que ganarla".

Muchos le rebaten ambas premisas, puesto que obtuvo la presidencia con menos votos --en el cómputo total a nivel nacional-- que Al Gore y ha llegado a donde está gracias al dinero e influencia acumulados por su padre y abuelo a lo largo de medio siglo. Casi todos los norteamericanos ven a los Bush entronizados en el panorama político de EEUU; una estirpe que en los últimos 50 años ha estado siempre presente en el Congreso, la Casa Blanca o las gobernaciones de Tejas y Florida, cuando no en varios de estos puestos al mismo tiempo, como es el caso actual, con George Bush hijo en la presidencia y su hermano Jeb en el sillón de gobernador en Florida.

Una saga de tres millonarios empresarios y políticos de trayectorias tan idénticas que induce a la confusión y ha llevado a llamar Dubya (en inglés sureño, la W de su segundo nombre) al presidente, para distinguirlo de su padre. Igual que Jeb no es el nombre de su hermano, sino un mote formado con sus iniciales: se llama John Ellis Bush.

De hecho, era Jeb el que parecía predestinado a emular los éxitos del patriarca del clan, en lo que algunos analistas han calificado como la "dinastía tranquila" de una familia a la que le falta la intensidad de los Roosevelt o la ambición de los Kennedy.

Fue Prescott Bush, abuelo del actual presidente, quien inició la carrera política familiar, al ganar en 1952 un escaño republicano en el Senado por Connecticut, que conservó 11 años. Para entonces, ese hijo del magnate de los ferrocarriles y del acero Samuel P. Bush había puesto ya las bases de su fortuna personal, como consejero, director y accionista de empresas y bancos de Wall Street que negociaron con los nazis antes y durante la segunda guerra mundial.

Entre ellas figuraron la Union Banking Corporation, establecida para enviar capital estadounidense a la Alemania nazi, y la Silesian-American Corporation, suministradora de carbón a la industria nazi de guerra. Ambas empresas de Prescott Bush fueron incautas en 1942, al abrigo de la ley norteamericana que prohibía comerciar con el enemigo.

Su hijo George Herbert Walker, el futuro presidente Bush I , consolidó la fortuna familiar y construyó la propia en Tejas, al zambullirse en la industria petrolera, de la que después saldrían sus colaboradores y amigos más leales, muchos de ellos presentes ahora en el Gabinete de Bush II , empezando por el vicepresidente Dick Cheney. "Todo lo que los Bush saben lo aprendieron en Tejas y, después, lo aplicaron cuando se hicieron con la mansión del gobernador, con la nación y con el mundo", explica Neil Carman, exfuncionario gubernamental tejano.

Colocado por su padre, Bush I aterrizó en Tejas después de la segunda guerra mundial, en un puesto de becario en la International Derrick and Equipment Company, subsidiaria de Dresser Industries, una empresa controlada por la familia Bush. Pronto estableció su cuartel general en las polvorientas planicies de Midland, donde los cachorros de los nuevos ricos del oro negro jugaban al golf y hasta fundaron un Club del Petróleo.

El perfecto patricio, alto, apuesto y musculoso, campeón de atletismo en Andover, convertido en un héroe tras participar como piloto de la Marina en la guerra mundial, George H. W. Bush senior se convirtió en una estrella (de la confraternidad Phi Beta Kappa ) en la Universidad de Yale. Educado en la más estricta disciplina victoriana, se aplicó igualmente a su carrera, pero no supo darle esa educación exquisita al hijo que le sucedería en la Casa Blanca.

En 1980, George H. W. Bush tenía ya una fortuna estimada en 1.400 millones de dólares (o euros, unos 233.000 millones de pesetas), gracias a la creación y buena marcha de su propia compañía petrolífera.

Con los bolsillos llenos, Bush I se lanzó a la política, mientras adiestraba a su hijo mayor, George W., en el arte de los negocios en las planicies tejanas. "El poder de Estados Unidos no se centra tanto en George W. Bush como en la gente de Tejas que le colocó en él", explica Neil Carman, atento observador de la dinastía. El futuro Bush II pudo también observar la maquinaria del poder de Washington, ya que su padre fue miembro del Congreso, embajador, director de la CIA, vicepresidente y presidente.

Adolescente juerguista

Pero George W. fue un pequeño gamberro y un adolescente juerguista que no quiso entrar por el aro de los valores familiares hasta que, al cumplir los 40 (en 1986) experimentó una especie de visión religiosa --tras un largo paseo por la playa con el predicador evangelista Billy Graham-- y dejó la bebida a instancias de su esposa, Laura. También había ayudado a serenarle el nacimiento (en 1981) de sus dos hijas mellizas, Barbara y Jenna, quienes, ya adolescentes, se opondrían sin éxito en el 2000 a que su padre entrase en la lid por la Casa Blanca.

Durante el reinado de Bush I nadie pensaba aún que había nacido una dinastía, puesto que Bush II entró tarde en política, aunque enseguida demostró un don carismático que supo aprovechar para arrastrar en favor de su padre el 80% del voto de los evangélicos. También hizo su gran negocio: compró acciones del equipo de béisbol Texas Rangers por 600.000 dólares (o euros) y las vendió nueve años después por 14 millones (2.330 millones de pesetas). Después, saltó al ruedo.

Tras un primer intento fallido, en 1994 logró desbancar a la popular gobernadora demócrata de Tejas, Ann Richards, y apenas seis años después se tomó la revancha familiar contra la osadía del demócrata Bill Clinton de interrumpir la sucesión dinástica familiar, impidiendo la reelección de Bush I en 1992.

La usurpación quedó vengada en el 2000, cuando la maquinaria electoral más despiadadamente eficaz de la historia, dirigida por el asesor político de Bush I , Karl Rove, y engrasada con los desbordantes fondos electorales aportados por las conexiones tejanas de los Bush, logró la victoria de George W., por 537 votos que le robó a Al Gore en Florida.

La discutida entrada de Bush II en la Casa Blanca quedó consagrada el pasado 6 de noviembre con el triunfo de su partido en las elecciones legislativas, gracias en gran parte a su incansable apoyo a los candidatos republicanos y a su popularidad personal. Desde esta fenomenal atalaya del poder nacional e internacional, el miembro de la dinastía Bush mejor colocado puede ahora dedicarse no sólo a asegurar que será reelegido dentro de dos años, sino también a ir preparando el terreno al siguiente delfín de la estirpe: su hermano Jeb, actual gobernador de Florida.

Casado desde los 21 años con una mexicana --Columba Garnica, que le ha enseñado español y le ha ayudado a cautivar a la poderosa comunidad cubana de Miami--, Jeb lleva ya cuatro años en su cargo, casi el mismo entrenamiento con el que contaba su hermano al saltar a la carrera por la Casa Blanca. Tendrá que esperar al menos hasta el año 2008 para consolidar las ambiciones bushianas de perpetuarse en el poder. Si lo logran, casi habrán convertido la presidencia de los Estados Unidos en un cargo hereditario.