La intervención de Zapatero ante la cumbre de la Liga Arabe supone la reconstrucción de la dinámica de buenas relaciones que España ha mantenido desde hace más de medio siglo con el conjunto de los países árabes. La política de acercamiento a esa región fue una opción estratégica del dictador Francisco Franco. Este, consciente del aislamiento internacional de su dictadura, buscó el apoyo de los árabes.

De hecho, si España consiguió entrar en 1955 en la ONU fue gracias a los votos de los estados árabes. A cambio, Madrid adoptó ante la organización una posición marcadamente propalestina. Franco mantuvo buenas relaciones personales con personajes clave del mundo árabe, como el presidente egipcio Gamal Abdel Naser o el rey Faisal de Irak, que fue uno de los primeros jefes de Estado en visitar la España franquista.

Este entendimiento con el mundo árabe no se alteró con la llegada de la democracia. Al contrario, España se consolidó como uno de los principales interlocutores occidentales de los países árabes, aunque las buenas relaciones conocieron periodos tormentosos por el conflicto del Sáhara Occidental.

Para los gobiernos de Adolfo Suárez y Felipe González, Marruecos era uno de los puntos prioritarios de la política exterior española, tan importante como América Latina. Pese a todo, las relaciones con Rabat sufrieron constantes altibajos. Incluso Argelia, en 1976, retiró temporalmente a su embajador en Madrid como medida de protesta por la decisión española de dividir el territorio del Sáhara entre Mauritania y Marruecos.

Durante los 80 y los 90, España se consolidó como uno de los principales mediadores entre árabes e israelís, un papel que quedó patente al ser elegida Madrid, en 1991 como sede para la conferencia de paz.