Penetrar en el juzgado del distrito de Oslo, el edificio donde iba a prestar declaración el supuesto asesino de decenas de jóvenes --un hombre al que probablemente mucha gente hoy en el país escandinavo desearía ver muerto-- era posible ayer sin tener que presentar un carnet de identidad, o pasar siquiera bajo un detector de metales.

Pocas horas antes de que Anders Behring Breivik compareciera ante el juez, la policía rebajó el número de víctimas mortales en la isla de Utoya de 93 a 76, pese a que han transcurrido ya tres días desde la masacre. A medida que pasa el tiempo, crece la sensación de que la doble masacre excede de largo las capacidades del país escandinavo, que aunque rico y de extensión media, se halla a la cabeza en la lista de naciones menos pobladas del mundo.

Geir Engebretsen, presidente del juzgado del distrito de Oslo, probablemente nunca tuvo que lidiar durante toda su carrera judicial con cientos de periodistas haciéndole una y otra vez la misma pregunta en noruego y en inglés. Haciendo gala de una paciencia infinita y escasas dotes para la comunicación, leía, a todo el que se lo pidiera, en la misma escalera del juzgado, la decisión del juez Kim Heger de que la audiencia judicial se realizase a puerta cerrada. Solo se ponía en tensión cuando se le inquiría si la doble masacre conseguiría hacer de la noruega una sociedad menos abierta. "Lucharemos contra ello", prometió.

BODA EN EL JUZGADO Es precisamente esta proximidad, propia de un país de cinco millones de habitantes, donde todo el mundo parece considerarse vecino, lo que hizo posible que, mientras cientos de reporteros montaban guardia y los periodistas estrella de las grandes cadenas realizaban conexiones en directo, los participantes de una boda --con la novia embarazadísima-- salieran del juzgado y desfilaran con toda la naturalidad y entre aplausos ante lo más granado de la prensa internacional.

Pero los desajustes a la hora de afrontar la masacre y sus consecuencias van mucho más allá de las escenas chocantes. Durante el fin de semana se supo que la unidad Delta --los grupos especiales noruegos-- tuvo que recorrer por tierra los 38 kilómetros desde Oslo a la isla de Utoya, en lugar de hacerlo por aire, y que el barco que trasladaba a la policía era lento, lo que contribuyó a que los agentes llegaran al lugar de los hechos una hora después de iniciarse la masacre.

Tras arrestar al presunto asesino, la confusión hizo que algunos cadáveres fueran contabilizados varias veces, lo que elevó la cifra final de muertos, según explicó ayer el director de la policía noruega, Oystein Maeland.

Además, las autoridades policiales admitieron que Breivik figuraba en una lista de los servicios de seguridad noruegos desde marzo por haber comprado productos químicos por valor de 15 euros en una empresa polaca.

Que los problemas para la accesible y campechana sociedad noruega no han hecho más que empezar lo demostró ayer Alexander Raina. Este joven de 24 años atacó el vehículo en el que iba Breivik en el momento en que llegaba al juzgado llamándole "traidor". A su lado, un compañero de origen inmigrante admitía que, si pudiera, iría a la cárcel solo para matar al asesino múltiple.