El 27 de enero de 1945 un Ejército soviético mermado pero cerca del triunfo liberaba el campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia, y descubría el horror perpetrado por los nazis. Alemania y Francia, las dos grandes potencias de la Europa continental, estaban en aquel momento destrozadas y más separadas que nunca. 72 años después, Berlín y París han exhibido sintonía y cohesión ante el incesante auge de un populismo xenófobo que mina los cimientos de la Unión Europea (UE). «Solo podemos hacer frente a estos retos si estamos juntos», advirtió ayer la canciller alemana Angela Merkel en una jornada de recuerdo a las víctimas del Holocausto.

En la que probablemente será una de sus últimas visitas al corazón de Alemania, el presidente francés François Hollande insistió en la importancia de seguir profundizando en el eje franco-alemán después de la victoria conseguida por Donald Trump en EEUU y de la decisión del Reino Unido de abandonar la UE. «Hay un auge de los extremistas que utilizan factores externos para generar el caos dentro de nuestros países», alertó Hollande con los ojos puestos en la agresiva retórica contraria a la inmigración musulmana que ha catapultado al Frente Nacional francés de Marine Le Pen.

POPULISMO / En los dos últimos años la crisis de los refugiados y las impopulares políticas neoliberales dictaminadas desde Berlín y canalizadas por Bruselas han lanzado el discurso beligerante del populismo de derecha conservadora y nacionalista. A pesar de que su mensaje de unión no ha disipado el ascenso de estas formaciones, Merkel y Hollande han insistido en la misma receta: más europeísmo. «Necesitamos una UE que decida y actúe con rapidez sobre las cuestiones a las que nos enfrentamos», aseguró la cancillera. «Es más importante que nunca que Europa sea política», añadió su homólogo francés.

Tras el exitoso tándem europeísta que formaron Merkel y Nicolás Sarkozy, pareja de baile a la que se acuñó como Merkozy, la llegada de Hollande al Elíseo irritó al establishment alemán. Irónicamente, cuatro años más tarde el presidente socialdemócrata francés se ha convertido en el principal socio continental de Berlín y ahora la cancillera vuelve la vista a París preocupada por un nuevo líder galo que, sea François Fillon o Le Pen, abraza el populismo de corte racista.