Demacrado, cabizbajo y al límite de sus fuerzas físicas, Navalni resiste a pesar de todo. Su misión parece mantenerlo en pie: demostrar que otra Rusia es posible. Que hay un camino alternativo. En su turno de palabra ha subrayado, sin embargo, que el gobierno no quiere que los rusos lo perciban. Y por eso el juicio es a puerta cerrada y su comparecencia desde la prisión de máxima seguridad en la que está desde hace dos años y medio. Aislado casi todo el tiempo, sin derecho a visitas. Después de ser envenenado durante un vuelo en Siberia, y de denunciar la implicación de Putin y del alto mando militar, decidió volver a su país. Consciente de que todo estaba escrito: su detención y sus juicios posteriores. En un primero lo condenaron a nueve años por desacato a la justicia rusa. En este pueden ser treinta por fomentar el extremismo. Pero el hombre que dibujaba corazones a su esposa desde la pecera no se rinde. Él es la resistencia.