Hachís, pastillas, alcohol y cocaína. Jorge tiene ahora 21 años y comenzó a experimentar en el mundo de las drogas a los 14. Su politoxicomanía y la facilidad para consumir y comprar que le brindó el mundo de la noche, en el que trabajaba, formaron un cóctel que pudo haberle costado "la vida", según él mismo reconoce. Ahora, cuando lleva un mes y tres días limpio en la residencia del Centro de Solidaridad de Zaragoza, en la capital aragonesa, hace balance de estos últimos años. "La cocaína --dice-- fue mi perdición".

Todo comenzó hace siete años. "Empecé tomando alcohol y, como veía que mis amigos aguantaban más que yo, probé con el speed y las pastillas", relata. "Poco a poco, también llegué a trapichear con pequeñas cantidades de droga, me metí en deudas y estuve a punto de que la Policía me pillara en alguna ocasión". Según dice, "hoy en día, casi todo el mundo que se mete es o ha sido camello, aunque sea a pequeña escala". De este modo, un gramo de cocaína, que se vende a unos 60 euros, puede quedarse en sólo 24. "A veces, te dan la droga y te dicen que se la pagues en una semana, empiezas a ganar pequeñas cantidades de dinero para financiarte el consumo y después, viene la ambición".

En la historia de Jorge, los escarceos con la venta duraron poco tiempo. Su caso, más bien, era el de quien "trabajaba para consumir". Sobre todo, desde que empezó a emplearse como camarero en ferias y fiestas. Y entró en contacto con el mundo de la cocaína. "Todo lo que ganaba, unas 25.000 pesetas por noche, me lo gastaba".

Este joven asegura que "no era consciente del daño" que se hacía. "Veía que me metía todos los días, incluso hasta tres gramos, pero no asimilaba la adicción que padecía". Por otro lado, su problema era algo socialmente aceptado en el ambiente en el que se movía. "En el mundo de la noche, no puedes tomas pastillas porque se te va la cabeza y eso no te permite trabajar. Pero, con la cocaína, no pones caras, no llevas resaca y comes bien".

Hoy, tras 33 días sin drogas, Jorge ha recuperado muchas ilusiones. "Pensaba que sería más duro dejarlo y tenía miedo de entrar aquí, pero hay muchísima gente joven y me lo están haciendo menos difícil de como lo imaginaba", afirma. Está seguro de que va a conseguir dejarlo. "Se lo debo a mi familia, a la que le he hecho mucho daño sin querer y cuyo apoyo no me ha faltado nunca".