Que nadie se engañe. No son incultas, ni mujeres que se han quedado sin familia en la que apoyarse, ni proceden de una clase baja o marginal. Han trabajado siempre fuera de casa, han ganado dinero y tienen titulación universitaria. No obstante, han tenido la mala suerte de cruzarse en la vida con un hombre que primero las hundió psicológicamente y después descargó a golpes sus problemas con ellas. Tres personas han querido hacer pública su experiencia a través de este diario para evitar que las miles de mujeres maltratadas sigan guardando silencio.

"Llevaba muchos años trabajando en una asociación que atendía a mujeres maltratadas, les ayudaba a hacer los trámites burocráticos y les daba el consuelo que en estos casos se les puede dar. Me sabía de memoria todos los folletos que dábamos en la oficina, todas las direcciones a las que debe acudir una mujer para denunciar... Dominaba la teoría pero no supe aplicar la práctica cuando mi marido se convirtió en el maltratador". Natalia (nombre ficticio, como el del resto de los testimonios) llevaba diez años casada con un hombre que la conquistó por su exquisitez. "Al principio todo era maravilloso, era el prototipo de hombre que te hacía sentir segura, el que siempre te ayudaba, me regalaba mil ramos de flores y su comportamiento era encantador. Supongo que todo formaba parte de una estrategia para hacerme dejar de lado a mi grupo de amistades habitual", explica.

En su caso, los malos tratos físicos llegaron casi al final de la relación, cuando inició los trámites de la separación. Antes tuvo que ver cómo poco a poco él iba minando su autoestima, cómo la engañaba con otras mujeres y cómo la culpaba de sus depresiones y su dependencia de las máquinas tragaperras. "Durante años me anuló, me atacó donde más me dolía. Me decía que si algún día le abandonaba mi familia le apoyaría a él y me dejaría a mí en la calle. Que nadie me pregunté por qué, pero en aquel momento creía todas y cada una de sus palabras", añade.

Después de muchos años, un día le plantó cara y le rebatió. Ahí empezó el comportamiento violento. "Me tiraba objetos, me amenazaba y un día incluso intentó tirarme por las escaleras. Después le dio por subir a casa unas escopetas que tenía, yo no podía dormir y me obsesioné con la idea de que algún día me mataría".

La gota que colmó el vaso fue una agresión que sufrió en el aparcamiento del colegio de su hijo, después de haber abandonado su casa para trasladarse a la de su madre. Su marido la tiró al suelo y le causó una lesión cervical. "Cuando el lunes llegué al trabajo, los compañeros me preguntaron qué me había pasado y les dije que me había caído. En ese momento, al verme mintiendo igual que hacían las mujeres a las que yo asesoraba a diario fui consciente de que me había convertido en una víctima". Fue el final de la violencia y el principio de las denuncias, aunque tuvo que ser un médico el que derivó el caso a la Justicia. Ahora está en periodo de reconstrucción, ya se ha decretado la orden de alejamiento de su marido y hace tiempo que no le ve, aunque asegura que el temor no desaparece. "Cuando vivía con él tenía miedo, pero ahora se ha convertido en terror. No sé lo que es caminar por la calle sin mirar a todos lados"

El día que murió asesinada Patricia Maurel, la candidata del PP a la alcaldía de La Puebla de Híjar, la abogada Gloria Labarta llamó corriendo a Sara, una de sus representadas. Había oído de refilón la noticia y al enterarse de que un hombre había matado a su mujer en un pueblo aragonés, pensó que la víctima era Sara. "Siempre tuve miedo de que me matase en la carretera, de hecho aún lo tengo. Soy enfermera y trabajo en un hospital en otra localidad, así que todos los días tengo que coger el coche. Desde que me separé de él, mil veces me ha esperado a la salida del trabajo para seguirme con el coche", relata Sara.

Su marido siempre había sido muy impulsivo aunque con el tiempo sus arrebatos de violencia se fueron incrementando debido a los celos. "Un día me empujó, después empezó a cogerme del cuello y al final me vi un día debajo de una almohada sin poder respirar, ahí fui consciente de lo que ocurría aunque nunca tuve valor para denunciarle. Fue mi madre quien acudió a la comisaría, yo me limité a testificar cuando me llamaron".

A raíz de la denuncia llegó el arrepentimiento de él. Las disculpas, el "no lo volveré a hacer", las lágrimas y el "a partir de ahora todo va a cambiar". Afortunadamente, los tribunales actuaron con rapidez y en 24 horas se dio la orden de alejamiento. Después, la restricción de visitas a los niños. Hace una semana que consiguió el divorcio y ya no sabe nada de su exmarido aunque no puede olvidar nada. "¿Que por qué aguanté? Porque me habitué a él y a vivir a su manera. Al año de casarme tendría que haberme separado porque vi que éramos incompatibles y que veníamos de mundos distintos. Pero, bueno, luego vino la niña y me centré en ella, fue mi válvula de escape hasta que la situación se convirtió en insostenible". Ahora, aunque ya ha pasado su infierno, no se atreve ni a bajar la basura a la calle por la noche y su obsesión es que algún día le ocurra algo con el coche.

"Vine de Colombia a hacer un doctorado en Derecho Público Internacional, yo vivía en casa de un tía mía cuando empezamos a salir. Todo marchaba bien hasta que me fui a vivir con él y un día cuando mi jefe me llamó a casa para preguntarme por un asunto que había quedado pendiente se volvió loco. Le dio un ataque de celos, me pegó y a punto estuvo de tirarme por la ventana desde un octavo piso", recuerda Paula. Era la primera vez que sucedía algo así y cuando él se echó a sus pies llorando y pidiéndole perdón, ella creyó que nunca volvería a pasar. No fue así, la desconfianza fue a más y los golpes fueron cada vez más habituales. "Llegué a asumir que me pegara y cuando empezó a amenazarme con dañar a mi familia, intenté suicidarme. Desaparecida yo, desaparecería el riesgo para mi familia". La tentativa con pastillas no salió bien y ahora se alegra de ello. "Vivir con él fue la muerte, ahora empiezo a vivir".