Aunque residían en Madrid habitualmente, también eran aragoneses María Luisa Polo Remartínez, de 50 años, y Federico Miguel Sierra, de 37, dos de las víctimas mortales de los atentados de del 11-M. La primera, nacida en Ateca, a donde volvía todos los años, trabajaba en el Depósito Legal de la Biblioteca Nacional y, según relató su hermana, ya se había cruzado con dos atentados terroristas anteriormente. Solía acudir al trabajo en autobús, pero aquella fatídica mañana decidió coger el cercanías. Estaba casada y tenía una hija de 18 años.

El comandante de la Brigada Paracaidista Miguel Sierra había nacido en Zaragoza y participó en misiones militares en los Balcanes, donde conoció a su cónyuge, de origen serbo-bosnio y con la que tenía un hijo de tres años. Cuando se registró la masacre, el militar estaba destinado en la Dirección de Gestión de Personal. Residía en la localidad de Alcalá de Henares, donde todos los días tomaba un tren de cercanías para acudir a su puesto de trabajo.