La impresión que se tiene paseando por la Expo es la de estar en un gran parque temático dedicado a la industria y a la naturaleza, aderezado con caros escaparates turísticos de 120 países. Han pasado 154 años desde la primera muestra de este tipo en Londres y la evolución del transporte y la comunicación --la globalización-- han hecho cada vez menos necesaria la celebración de grandes citas donde mostrar las innovaciones científicas e industriales.

Con todo, la muestra tiene los ingredientes necesarios para convertirse en un exitoso reclamo turístico. En primer lugar, Aichi tiene más de siete millones de habitantes y está a medio camino (a menos de dos horas en tren bala) de Tokio y de Osaka, es decir que cuenta con una población de unos 50 millones de personas que pueden ir a pasar el día y volver a dormir a su casa.

En cuanto a los contenidos, hay un equilibrio entre lo didáctico y lo divertido: se puede ver la combustión del llamado hielo inflamable en el pabellón del gas, visitar junglas o sabanas en una aventura virtual en el edificio de Hitachi, reflexionar sobre una Tierra sin Luna en el montaje del grupo Mitsubishi, admirar los restos de un animal prehistórico en el Global House, interactuar con robots por doquier... Además, en Aichi 2005 se pueden degustar comidas de muchos países, ver decorados que representan --con más o menos fortuna-- sus realidades e incluso comprar productos típicos. Sin embargo, se echa de menos una mayor coherencia de las propuestas de algunos participantes con el tema general, aunque hay pabellones que sí destacan por la potencia de su mensaje ecologista, como México. Sorprende la ausencia de Brasil y destaca la presencia de China, vendiendo Shanghai 2010.