Las calles de Sabiñánigo rezumaban ayer una tensa calma mientras el sol del mediodía primaveral achicharraba las calles y las cabezas de quienes las pisaban. La confirmación de que Pilar Blasco murió asesinada sobresaltó a la población pirenaica, conmovida desde que se conoció la desaparición y a la que las detenciones de esta semana han terminado de estremecer. Víctima y sospechosos vivían con ellos: todos eran del pueblo. Es una historia de escenarios cercanos. La víctima y el primer detenido vivían a menos de cien metros uno de otro y compartían garaje. Alguno de los cinco arrestados ayer era interceptado a una distancia todavía menor de la empresa familiar de la fallecida.

Varios vecinos, sorprendidos todavía por la vorágine informativa, reconocían ayer que sienten miedo. Y también desconfianza. Suponen que se han cruzado con gente capaz de matar. Y temen que gente así pueda cruzarse con ellos o con sus familias. "Esto es muy fuerte. Queremos que se aclare todo", comenta una joven cerca de la calle Serrablo. "Pensaba en sacarme la escopeta porque hace mucho que no la utilizo, pero después de esto no sé...", indica otro vecino. El martes por la noche, 3.000 de ellos salieron a la calle para dar su apoyo a la familia de la víctima y repudiar el crimen.

La empresa familiar de Blasco y su marido, Materiales de Construcción y Saneamiento Alto Aragón, volvió a abrir ayer sus puertas. Se enteraron de las cinco detenciones a mediodía, en sus casas. En la oficina, donde hasta el martes pasado Pilar se encargaba de llevar las cuentas y las facturas, "nadie quiere poner la radio durante el trabajo, para estar tranquilos", explica un trabajador. Tampoco conocían las identidades de los cinco detenidos, explica.

Poco a poco, la empresa va recobrando la normalidad. Un operario carga material en una camioneta con un toro. Un tráiler aparca junto al edificio para descargar mercancía en el almacén, en el que otro empleado despacha a trabajadores de otras empresas. ¿Y el ánimo? "Por lo menos trabajando se distrae la cabeza", responden.

Las detenciones sorprendieron en la comunidad rumana. Varios trabajadores de una empresa de madera situada en el mismo polígono que la de Blasco, a apenas unas decenas de metros, fueron testigos de cómo agentes de la Guardia Civil arrestaban a uno de sus compatriotas, empleado en las obras de una urbanización pero que a primera hora de la mañana se encontraba allí, explicaron. "A ver qué pasa" con las detenciones, dice, lacónico, uno de ellos mientras otro observa reservado a los reporteros. "Ese no puede matar ni a una gallina", asegura.

Los vecinos de Sabiñánigo de toda la vida ofrecen versiones muy coincidentes sobre Blasco y Francisco Javier Puyó Giménez. La víctima y su viudo eran gente corriente, trabajadores a los que en los últimos tiempos --cuentan-- les habían ido bien los negocios y habían ganado algún dinero. No llamaban la atención.

Puyó llevaba "cinco o seis años" en Sabiñánigo, donde había montado dos empresas de construcción con las que no terminaba de salir adelante. Más bien al revés: acumulaba embargos y requerimientos por impago. Y también alguna detención: dos en año y medio. Varios vecinos destacan que tenía tendencia a hacerse notar, a discutir a veces. En ocasiones, por temas de fútbol en los bares, donde tenía fama de culé recalcitrante.

No se le conocía cuadrilla. Tampoco era fluida la relación con su familia, originaria de Martes, un pueblo de la Canal de Berdún. "Yo no quiero saber nada de él", confesaba un pariente muy cercano al poco de conocer su detención.