En muchos ambientes políticos y económicos de Aragón, el ascenso de Iglesias en su partido ha destapado cierta euforia contenida. Era raro ayer no escuchar palabras positivas de muchos empresarios, ejecutivos de empresa o profesores universitarios que coinciden en que la noticia es buena para Aragón. Y no les falta razón. Su presencia en la capital, en la dirección del partido que gobierna España no puede traer nada negativo. Solo se lo parece a la oposición, que ha dado una penosa imagen --sobre todo PP y CHA-- echando en cara al presidente Iglesias que se preocupe más de medrar en su carrera política que de la comunidad que lidera. Tanto llorar que los aragoneses pintan poco en Madrid, tanto decir que el Gobierno de Zapatero hace oídos sordos a la DGA, y ahora que un aragonés llega a un puesto con mucha visibilidad pública nacional resulta que no va a servir para nada... Tampoco es eso. No han sabido estar a la altura. Han dado la impresión de que esta nueva situación política en Aragón --otra cosa es la utilización del Gobierno regional-- no les beneficia electoralmente. Que les han dado un meneo imprevisto, vaya.