Hoy, la España que no ocupa lugar en las noticias quiere dar un aldabonazo en pleno centro de la superpoblación. Madrid superpoblado en medio de la desolación de las mesetas; la capital es lo que es porque creció a costa de todo lo que le rodeaba. La España interior clama por la injusticia de territorios semidesérticos, con poco presente y menos futuro, territorios que sólo ocupan un molesto lugar en los mapas distanciando los lugares que sí que existen, los que salen todos los días en las portadas de los periódicos.

La España vacía como fenómeno mediático, quizás como una derivada de la crisis, quizás porque tocaba… Aparecieron libros, películas y artículos. Era un bonito tema con poco riesgo, todo el mundo se apuntó al carro poético de los páramos asolados y los pueblos abandonados. Había gente que ya llevaba décadas en ello, la Asociación de Amigos de la Celtiberia se fundó hace casi veinte años planteando el problema de la despoblación, no debía de ser el momento entonces de escuchar aquellas reivindicaciones.

Hoy hablamos de la España vaciada porque el fenómeno no fue algo natural, consustancial al progreso. Descubrimos que se habían utilizado despiadadamente los recursos, la población y los capitales para trasvasarlos a los polos de desarrollo de los años sesenta y setenta y esa dinámica siguió hasta nuestros días dando lugar a una España olvidada, avejentada, sin servicios, utilizada como fuente de recursos baratos: electricidad, materias primas, alimentación… Ese medio país atrasado fue utilizado por el otro medio como una colonia extractiva sin ningún rubor ni impedimento.

Ya no vale la queja, hay que pasar a soluciones de futuro. Tenemos, en primer lugar, una tendencia que plantea los Fondos de Cohesión de la Unión Europea como panacea principal: una dinámica de revitalización económica que nos solucionará el problema que nosotros creamos durante medio siglo. Dudamos de su efectividad (excepto para los beneficiarios de siempre); eso ya se ha puesto en práctica y el dinero sin ideas no sirvió más que para que la situación se mantuviera o incluso se agravara.

Sin discutir la importancia y necesidad de recursos económicos, de forma paralela hace falta una legislación adecuada: la Ley 45/07 de 13 de diciembre de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, aprobada pero fosilizada en la práctica, es un instrumento imprescindible que debe de asumir cualquiera que se diga interesado por un equilibrio territorial. La diferenciación fiscal es otro factor de ese marco jurídico, recurriendo al concepto de ultraperiferia demográfica. Ya tenemos múltiples excepciones fiscales en el territorio nacional: País Vasco, Navarra, Canarias… ¿por qué no otra? También habrá que exigir discriminaciones positivas en el orden jurídico: no podemos usar legislaciones pensadas desde y para el mundo urbano en lugares donde esas normas se convierten en una traba infranqueable. Por ejemplo, una legislación pensada para grandes superficies aplicada a una tiendecita de pueblo es no conocer la realidad de lo rural. Una tienda o un bar en una aldea semidespoblada no es un negocio, es un servicio público a proteger.

Después de reconocer la necesidad de recursos económicos y una legislación ajustada a la ruralidad -en esto parece haber un cierto consenso- hay que analizar una tercera visión menos conocida, discutida, pero obvia, la social.

En la mayor parte de estos territorios el relevo generacional es imposible. En los medios rurales domina una población avejentada y la que todavía está en edad reproductiva es reducidísima. Se impone pues el recurso de la repoblación, pero para ello hay que hacer de los pueblos una opción atractiva. En estos momentos la opción rural es francamente propia de pioneros heroicos. Un estudio reciente sobre el mercado de la vivienda en la provincia de Zaragoza, realizado por la Cátedra de Despoblación, refleja que el mercado inmobiliario, sobre todo de alquiler, en las poblaciones medias y pequeñas es inexistente. Esto lo sabe cualquiera que haya tenido que buscarse la vida en un pueblo: recurrir a la cadena de conocidos y desconocidos que saben de una casa vacía, enfrentarse a la desconfianza propia hacia quien no forma parte de la tribu y acabar en una seudovivienda que pudo ser cómoda a principios del siglo pasado. No hablemos de comprar casa, ni de montar un negocio; si lo consigues, te darás cuenta de que has hipotecado tu vida en ese lugar, porque si entrar es difícil salir solo se consigue acarreando la ruina.

La falta de servicios, los pocos incentivos, una burocracia rígida y urbanita, entre otros problemas acuciantes, hacen que la opción rural sólo sea viable para idealistas convencidos o desesperados misántropos; la revitalización pasa por facilitar la entrada y salida a la población común: un parque inmobiliario digno y accesible, ayudas y subvenciones a los pequeños negocios que a veces habrá que considerar como servicios públicos y necesarios: becas rurales para estudios, incentivos a los funcionarios que vivan en su lugar de trabajo; incluso habría que estudiar la opción de renta rural y sobre todo un cuerpo de profesionales especializados en el mundo rural, no en lo agrario, que orienten tanto a la población como a las administraciones. Evidentemente todo esto cuesta dinero, ¿pero acaso el campo no paga impuestos? Habría que hacer un balance de lo que aporta en renta agraria, edificios, maquinaria… y lo que cuesta mantener los pocos servicios que quedan.

Y, además, el candente tema de la descarbonización se imbrica necesariamente con los espacios rurales: los parques eólicos y los huertos solares que generarán la electricidad necesaria para prescindir del petróleo ¿Dónde se van a situar? Evidentemente no en el Paseo de la Castellana, se van a situar en los espacios abiertos, en el campo. Volvemos a mirar lo rural como fuente de recursos baratos. No es suficiente con pagar una prima por el uso del suelo y un puñado de empleos, pocos, de mantenimiento. Hay que establecer un pacto para que esas industrias de futuro reviertan adecuadamente en los lugares de donde va a proceder la energía, no puede volver a suceder como con la hidráulica que se sufre en los pueblos y se emplea en las ciudades.

Lo rural, el campo, la naturaleza no es el lugar donde colocar todo lo molesto, no es el patio trasero de la ciudad, no es el espacio que hay que salvar con autopistas y AVEs. No es, ni tan siquiera, un parque temático de ocio…; es una comunidad viva, que viene siendo a la fuerza generosa en exceso, pero que exige su parte en el pastel del desarrollo, que necesita vida para seguir dando al resto. Si seguimos pensando en el mundo rural como una colonia extractiva del mundo urbano nos encontraremos con una colonia sin colonos.