"Holááá, señogaaas ¿qué tal?" Un sonriente Jacques Chirac se detuvo en seco a saludar con su castellano afrancesado a las dos secretarias del presidente de las Cortes, Francisco Pina, segundos antes de ponerse en contacto telefónico con el secretario general de la ONU, Koffi Annan. Fue en el despacho de Pina donde Chirac y José Luis Rodríguez Zapatero mostraron su apoyo al dirigente de la ONU --en horas bajas por el acoso que sufre de Estados Unidos--. Fue una corta parada técnica en la visita de franceses y españoles a la Aljafería, uno de los tres escenarios en los que se vivió la cumbre hispano-francesa.

Horas intensas en las que se sucedieron las anécdotas.

A Chirac le entusiasmó el recinto de las Cortes. Tan pronto saludaba, con sus maneras exquisitas de un chevalier , uno por uno a todo el personal de las Cortes, como miraba embelesado cada rincón del recién restaurado palacio. O, demostrando sus tablas de político, hacía pasar a la comitiva debajo de los arquillos del Patio de Santa Isabel, donde apuntaban los fotógrafos.

También le impresionó el Salón del Trono, escenario elegido para el almuerzo. Los comensales, que se distribuyeron en las doce mesas con nombres de artistas franceses y aragoneses, fueron advertidos de que en la sala no se podía fumar. Todos respetaron la prohibición. Y eso que al final del almuerzo fueron obsequiados con un puro.

Sólo hubo un momento de cierta tensión, cuando el fotógrafo oficial de La Moncloa y otro de un diario madrileño tuvieron un rifirrafe al inicio del desembarco de la comitiva que, por cierto, llegó una hora tarde sobre el horario previsto. Los minibuses y la multitud de vehículos oficiales invadieron la zona frente al Palacio. El adoquinado fue retocado días atrás para evitar que en el trasiego alguna de las señoras sufriera un desliz enganchándose los tacones de los zapatos en el pavimento. También se desplegaron alfombras antideslizantes.

El retraso en la llegada alteró todos los planes, puesto que esa circunstancia obligó a mantener caliente la comida más tiempo de lo previsto. Para evitar inoportunos cortes de luz, cada fuente de calor tenía su propio grupo electrógeno. Ni españoles ni franceses pusieron pegas al menú, a diferencia de lo que ocurrió en la reciente visita a la Cámara del vicepresidente iraní, que, entre las muchas restricciones que planteó, prohibió el consumo del alcohol y de productos del cerdo.

Chirac se saltó una costumbre muy francesa al sugerir que se sirviera el queso en el cóctel cuando en su país se suele comer en el postre.

En la Plaza del Pilar fue donde el mandatario galo se enfundó en su populismo de exalcalde de París. No hubo niño o abuelo que no pasara por sus manos. Sus numerosos escoltas tuvieron momentos de pánico al comprobar que, en medio de la multitud, los manifestantes a favor del Canfranc se acercaron al mandatario francés. Tras unos segundos de tenso desconcierto, fueron los guardaespaldas españoles quienes tranquilizaron a sus colegas al advertirles que no había peligro.

Estaba previsto que el paso por el Ayuntamiento de Zaragoza, de camino a la Seo, fuera visto y no visto. Pero Belloch se encargó de frenar el discurrir fugaz de la comitiva. El alcalde no quiso desaprovechar la presencia de tan ilustres invitados para vender la candidatura de la Expo del 2008. Chirac sufrió un auténtico acoso proExpo de Belloch, del presidente aragonés, Marcelino Iglesias, y del presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, quien precisamente actuó como un segundo anfitrión, muy interesado en que todo saliera a la perfección. Incluso, tuvo el detalle de regalar al primer ministro francés, Jean Pierre Raffarin, una de las dos plumas con las que los presidentes español y francés fueron obsequiados en la firma del libro de honor del consistorio zaragozano. Zapatero comprobó que Raffarin, siempre en segundo plano, no había sido obsequiado con ninguna y le regaló la suya. Esa misma tarde, desde el Ayuntamiento de Zaragoza enviaron una con dirección a La Moncloa.

Los actos programados en el Pignatelli, el epicentro de la cita histórica, apenas se salieron del guión. Un fotógrafo pidió al catalán Pasqual Maragall y a Marcelino Iglesias que se dieran la mano a la llegada de aquél. Y Maragall le respondió: "Le doy la mano y hasta un beso". También fue de Maragall la que fue sin duda la frase de la cumbre al elogiar la decisión de Zapatero de invitar a los presidentes autonómicos: "Zapatero va a ser José Luis I, el innovador".

A lo largo de la jornada se sucedieron los contactos bilaterales, el plenario, y un encuentro final de los dos mandatarios con la prensa que fue más extenso de lo esperado. Ningún ministro habló. A última hora de la tarde, los cerca de 200 invitados partieron desde el aeropuerto de Zaragoza. Todos llevaban bajo el brazo un ejemplar de Montañeses de la frontera de Francia , una publicación realizada en 1829 por el pintor francés Paul Gabarní, que forma parte del fondo documental de las Cortes.