Javier Lambán fue abuelo por primera vez el miércoles. Sin embargo, pocas horas después, su aspecto iba mucho más allá. Ya nonagenario, el presidente había dado un espectacular salto en el tiempo y aparecía en pantalla como si a su alrededor estuvieran jugueteando dos o tres bisnietos. Y todo por obra y gracia de una aplicación llamada FaceApp que, aunque lleva ya mucho tiempo en circulación, esta semana ha sufrido un inopinado boom y se ha viralizado hasta llenar de arrugas el planeta entero. Entre otras cosas, permite añadir filtros para envejecer, rejuvenecer o, si se ve oportuno, cambiar de sexo. Dicen los que sabe de esto que el truco se basa en una herramienta llamada GAN (redes generativas antagónicas) que permite a un algoritmo hacer diabluras. Y ya se sabe, este tipo de reclamos cobran fama durante unos días y después vuelven a disolverse en la red como un azucarillo.

Este concretamente podría tener poco futuro, además, porque se ha corrido el rumor de que una mano negra ubicada en Rusia está detrás de todo el proceso para hacerse con los datos y archivos personales de aquel que ose poner su rostro a envejecer por la vía rápida. Puestos a jubilar a Lambán, en la redacción hemos hecho lo propio con el resto de aspirantes a presidir Aragón en la última convocatoria electoral. Más allá del chiste fácil de que a todos les están saliendo canas en espera de que por fin se resuelva la investidura, es tentador jugar sus parecidos una vez pasadas sus fotos por la máquina del tiempo de FaceApp.

Luis María Beamonte, por ejemplo, tiene cara de profesor universitario carcomido por miles de horas de clase y reacio a convalidar asignaturas. Daniel Pérez Calvo recuerda a uno de esos políticos estadounidenses con habilidad para estar toda la vida hablando, pero sin decir nada. El caso de José Luis Soro es de los más llamativos. Cuando crees que estás ante la versión más aragonesa posible de El viejo y el mar, caes en la cuenta de que tiene un parecido asombroso con el periodista Luis del Val.

Arturo Aliaga está claro que lleva toda la vida ahí; Maru Díaz tiene gesto de decepción, como si la política le hubiera defraudado (por no decir traicionado), y Álvaro Sanz parece sacado de un cómic de Ibáñez. Esos en los que el protagonista de la viñeta espera eternamente mientras le crece la barba, se le aclara el pelo y le rodea alguna telaraña. ¿Esperando qué?

Uno de los que menos cambia es Santiago Morón, candidato de Vox el 26-M. Quién sabe, quizá sea esta la prueba del nueve del inmovilismo crónico de una ultraderecha por la que obviamente no pasa el tiempo.