Cuando Clara Barcelona recibe la llamada de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN se encuentra, como ella describe, «enganchada» a un gotero en el hospital Ernest Lluch de Calatayud. Está recibiendo su sesión semanal de quimioterapia para tratar el cáncer de mama que le fue diagnosticado en septiembre y cuyo tratamiento inició en octubre, en plena tercera ola del covid en Aragón.

Unas horas más tarde, ya desde la tranquilidad de su casa en Brea de Aragón, cuenta que el 2020 ha sido para ella un año del que aprender y del que asumir, más que nunca, que «en esta vida hay que apechugar con lo viene y de frente». Le detectaron un tumor pero, además, una semana antes de iniciar su tratamiento también se contagió de coronavirus. «Mi padre se puso muy malo, estuvo a punto de ser intubado, pero afortunadamente lo superó. Ahí fue cuando lo cogimos toda la familia y yo ya sabía entonces mi diagnóstico de cáncer», explica.

Apenas le quedaban unos días para empezar la quimio, pero el covid le retrasó el plan hasta cumplir la cuarentena y dar negativo. A sus 43 años, esta aragonesa afirma con seguridad que sabía «que no tenía nada bueno» cuando se hizo una mamografía en septiembre. «Hace 11 años tuve fibroadenomas (un tumor de mama benigno) en el pecho izquierdo y no pasó nada. Llevaba ya mucho tiempo sin hacerme revisiones y en febrero, cuando aún no había llegado la pandemia, pedí hacerme una completa porque también tenía antecedentes», cuenta.

La crisis sanitaria le retrasó las pruebas hasta el verano, después una carta se extravió sin lógica alguna y fue a finales de septiembre cuando llegó «el mazazo», como lo describe. «Vieron algo y tuve la palpitación, por cómo te lo dicen, de que era malo. Me hicieron la biopsia y reconozco que, a pesar de todo, no tuve demoras y fue todo muy rápido», comenta Clara.

Una carnicera muy querida

Ella no quería, pero la enfermedad le obligó a coger la baja laboral en la carnicería de Brea de Aragón donde trabaja desde hace 7 años. «Me conoce mucha gente y el cariño que he recibido del pueblo no lo puedo explicar. Soy una persona activa, de no parar, pero la oncóloga ya me avisó de que las defensas me iban a bajar y trabajando de cara al público no podía seguir», dice.

Hasta ahora, todas las semanas se desplazaba hasta Calatayud para recibir la quimioterapia, pero ya ha cumplido la primera fase del tratamiento y los cuatro goteros que le faltan los recibirá cada tres semanas. «Me encuentro muy bien y las últimas noticias que me han dado es que se ha reducido muchísimo. En mi caso, el proceso pasa primero por minimizar el tumor lo máximo posible y luego ya me operarán», explica.

Su voz suena fuerte, convencida, y asegura que el ánimo «nunca» lo ha perdido. «Claro que se te pasan muchas cosas por la cabeza y he llorado mucho con mi marido, pero hay dos caminos cuando te dicen algo así: llevarlo bien o llevarlo mal, y yo he elegido el primero», asegura. Lo hace por ella y también por sus hijos, de 9 y 11 años, a quienes desde el principio les habló claro. «Hay que ponerle nombre y cuanto más natural lo haces, mejor», señala. De hecho, cuando se le empezó a caer el pelo optó por rapárselo y fueron ellos quienes le ayudaron. «Les he hecho partícipes desde el principio y sé que han madurado de golpe, pero esto no se puede ocultar», reflexiona. Ahora luce un turbante colorido todos los días porque va a por el pan, habla con sus vecinos y, aunque tenga dolores, rema hacia adelante. «A mi la casa se me cae encima y trato de hacer vida normal», resalta