Tengo el trabajo que muchos quisieran: soy periodista de viajes". Partiendo de esta certeza comienza El mejor trabajo del mundo (Südpol, 2013) de Carolina Reymundez. La cronista argentina nos cuenta en qué consiste ser periodista de viajes y nos presenta su ejercicio con sencillez y franqueza en 14 crónicas. Espacios y situaciones tan diversas como una cena en Zurich, completamente a oscuras, en un restaurante regentado por ciegos; un día de compulsión consumista en Taxco, la ciudad mexicana de los artesanos plateros, conocida como la Meca de la Plata; una experiencia asquerosa en una casa de baños rebosante de excrementos en una pequeña población de la India, donde se encontró con un cerdo gigantesco frente a su letrina; un safari agotador en Botswana, donde caminó y caminó hasta encontrar en libertad a Los Cinco Grandes (The Big Five): león, elefante, leopardo, rinoceronte, búfalo (los famosos safaris de Juan Carlos I, nos explica, son denominados "de la muerte", turismo cinegético, en donde lo importante no es ver a un elefante sino derribarlo); una excursión por el desierto chileno de Atacama junto a un grupo de botánicos norteamericanos entusiasmados al presenciar uno de los desiertos más áridos del planeta convertido, por efecto de las lluvias del otoño, en un campo florido. Una recopilación de sus mejores trabajos de los últimos diez años publicados previamente en revistas americanas especializadas en crónica como Etiqueta Negra, La Tercera, Lugares y Brando.

El libro enmarca estos viajes de Reymundez con dos grandes piezas inéditas: "El cassette de Bowles" y "Cuaderno de notas". Ambos textos aportan un valor añadido: organizan, describen y sistematizan cuestiones clave, tanto para el viajero como para el cronista de viajes. Estos trabajos revelan mucho sobre el oficio pero también sobre la propia cronista. Ya desde el título del primero de ellos, ¡un cassette! (de qué tiempos hablamos) y ¡Paul Bowles! con El cielo protector (1949) esa obra emblemática, que convertida en película por Bertolucci en 1989 logró un enamoramiento del mundo árabe en aquellos que no habían sido cautivados en los 60 por Lawrence de Arabia (1962). La tersura del desierto conquistó el espíritu de muchos. Algunos soñaron con dejar de ser turistas para convertirse en viajeros.

Decía Bowles que un turista es el que piensa en regresar a casa desde el momento de su partida, mientras que un viajero puede no regresar nunca. "A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar", recoge la cronista de Bowles, que a su vez lo tomó de Kafka. Esta periodista viajó a Tánger y se entrevistó con Bowles y lo grabó todo en una cinta de cassette. Una cinta que busca desesperadamente en su apartamento de Buenos Aires. Esa búsqueda, ese viaje interior de Reymundez, nos abre este libro. Nos abre la mente a la imaginación y al deseo de viajar.