Llegó el gran día para el Mercado Central de Zaragoza. Este icono de la arquitectura se desnuda para transformarse en referente duradero en la capital aragonesa. Las obras de rehabilitación integral comienzan con la mirada puesta en una fecha: septiembre del 2019. Es la escogida para su estreno, su esperada reapertura, con 74 puestos y cuatro puntos de restauración, cuando ya hayan pasado las elecciones. Una rehabilitación que promete hitos durante la ejecución que serán tan histórico como su dilatada trayectoria. Entre ellos, destaca el arquitecto de la obra, José Antonio Aranaz, la posibilidad de verlo completamente diáfano, «tal y como cuando se construyó, una imagen solo vista por quienes lo vieron abrir por primera vez».

La reforma cuenta con múltiples vicisitudes que salvar. Por ejemplo el hecho de tener un tranvía funcionando a escasos metros de su fachada. «Eso obliga a montar las grúas de grandes dimensiones en el lado este del edificio, por ejemplo», expone el arquitecto, quien añade que en ese lateral, el que conecta la calle Manifestación con la de Torre Nueva se procurará en todo momento permitir la circulación, aunque durante momentos puntuales habrá que restringir el acceso y permitir el paso solo a los residentes», apunta Aranaz.

Durante la semana pasada se estuvieron realizando catas en el interior del edificio, y han encontrado «sorpresas» que, no obstante, «no afectarán al plazo de ejecución», asevera el arquitecto. Serán doce meses de obras en los que el momento más crítico puede ser «cuando se levante todo el suelo». Dejará al descubierto las entrañas de un forjado que hay que reforzar y que, a día de hoy, no se sabe exactamente si el estado de conservación es el que se espera. Pero para eso está ese primer mes de trabajo, cuando se retiren los puestos que ya no volverán, y la tabiquería, más presente en el edificio de lo que la gente puede imaginar.

De hecho, expone Aranaz que para que no salga el polvo de las demoliciones al exterior, el cerramiento «no se tocará» hasta que culmine el derribo de todas esas estructuras interiores que lo generan. Y para cuando se desmonte todo ese cerramiento del edificio, ya habrá una valla de protección del perímetro que proteja al tranvía de cualquier afección por las obras. Eso sí, no hay acera para, además, dejar pasar a los peatones, que tendrán que transitar por la acera de enfrente.

Por dentro comenzarán seis meses de trabajo en la estructura. Es la fase más compleja y larga de ejecutar pero fundamental para que sea duradera. Hay que reparar algunos pilares que están desviados, reforzar todo el forjado y hacerlo desde el sótano con cuidado de no estropear la zona de cámaras frigoríficas. Y dejarlo todo a punto para introducir toda la red de tuberías, de agua caliente y fría, que proporcionarán un suelo radiante y antideslizante definitivo. «Solo falta decidir el color», comenta el arquitecto.

Otro de los hitos importantes de la obra afecta a su cubierta acristalada. Se trata de uno de los elementos más característicos de este edificio centenario y se tendrá que desmontar y sustituir por completo. Una labor que, apunta el arquitecto, resulta compleja porque se trabaja en altura y aún se debe decidir a qué ritmo se desmonta parcialmente. Se prevé hacerlo el próximo otoño y para garantizar su protección frente a la lluvia y el viento, hoy existen lunas que lo protegen. Pero se va a cambiar todo. Y el nuevo repetirá el mismo diseño.

También en otoño, presumiblemente en septiembre, el ayuntamiento tiene previsto lanzar la tercera licitación para captar más detallistas para el mercado. Y en paralelo, hacer lo propio con los cuatro puestos de restauración que se incorporan a esta nueva era de Lanuza. Un viraje en el uso y disfrute de un mercado de abastos que a Zaragoza le tiene que durar, como mínimo, cien años más.