Aunque algunos de ustedes no se lo crean, estos días estoy volcando toda mi comprensión y buen rollo hacia esas atribuladas gentes del PP. Les ha pasado a los populares una cosa muy rara y muy jodida: han sufrido una dura derrota cuando todos sus estímulos, apetitos, impulsos y sensaciones les auguraban una gran victoria. Así que ahora están desorientados y con un cabreo de mil pares. ¿Pero cómo ha podido pasarnos esto a nosotros? Y de ahí les viene una horrible tentación, tal vez irresistible: la de sostenella pese a quien pese, erre que erre... y, si no quieren taza, taza y media. Rajoy cierra filas con Acebes y Zaplana, los dos gestores de la desastrosa recta final, mientras Aznar, que se va pero se queda, agita desde atrás los vientos de la ira: "Nosotros no mentimos nunca; los otros , sí". Como si la ciudadanía no tuviese ojos y oídos.

Cuando a los partidos políticos les cae encima una derrota anunciada, suelen dedicarse a recoger los restos del naufragio, sustituir al capitán del barco y examinar detenidamente las cartas de navegación para decidir un adecuado cambio de rumbo. Pero cuando la debacle les pilla camino del desfile triunfal, sus reacciones son imprevisibles. Y si se trata de la derecha española, cuya relación con el poder siempre estuvo vinculada a los más altos designios divinos, entonces prepárate. Qué importa una nueva guerra civil en Afganistán, ni la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak, ni el auge constante de Al Qaeda, ni el agravamiento del conflicto en Palestina, ni el precio de los pisos en España, ni la baja productividad de nuestras empresas, ni el rechazo interno y externo al PHN... Aznar y Rajoy se consideraban el exponente actual de una España gloriosa y además pensaban que la realidad era tal y como sale en los telediarios de Urdaci.

En el seno del PP (del catalán y del aragonés) surgen voces pidiendo relevos y cambios. Es lógico y lo único que puede beneficiar a la derecha a medio plazo. Pero a los administradores de los últimos ocho años el cuerpo les pide más y más de lo mismo. ¿Que los electores no quieren guerra ni trasvase ni mentiras? Pues doble ración. Suerte tienen de que el fiscal Cardenal esté a punto de caducar y que la ministra Rodríguez se haya quedado en simple cunera murciana, ¡que si no!

En el PSOE, encantados. Mejor no se les podían poner las cosas.