Escribir sobre las tribulaciones financieras del Ayuntamiento de Zaragoza es un aburrimiento, un coñazo. Desde que la primera corporación democrática se instalara en la Casa Consistorial con Sáinz de Varanda a la cabeza, las deudas pendientes (que ya venían de antes), las dificultades para cubrir gastos e inversiones y las confusiones contables han estado a la orden del día, mandato tras mandato, lustro tras lustro. Tal es así, que ningún partido que haya tenido responsabilidad de gobierno en los últimos veinticinco años puede usar estos argumentos en contra de otro, aunque todos se aferran a ellos cuando están en la oposición: Tú calla, negraza, que le dijo el cuervo a la picaraza.

Tras el polémico y desastroso paso de González Triviño por la alcaldía, tuvimos que aguantar durante años a Luisa Fernanda Rudi justificar que era imposible hacer nada en la ciudad (y nada hizo) porque estaba pagando las facturas de su predecesor. Pero ahora resulta que no las pagó; al menos no todas. Su sucesor a título de alcalde, José Atarés, quiso ganarse el puesto pasando a la acción. No resolvió ningún problema urbano (aunque se llevó por delante el PGOU), pero agrandó las cifras del debe ... y eso que las expropiaciones del Tercer Cinturón se las dejó crudas al que viniese después, que fue, como todos ustedes saben, Juan Alberto Belloch. Ahí tenemos ahora a éste intentando cuadrar las cuentas con la ayuda del profesor Lafuente.

¿Cuando acabará este barullo contable? No lo sé. Mientras, el debate político al respecto se ha ido haciendo imposible, porque sólo IU podría establecer hoy una crítica razonable a los vicios, errores y trápalas que han llevado la economía municipal a su situación actual. Pero IU ya no forma parte de la Corporación. Malos números, malas herencias, malos rollos. Las finanzas del Ayuntamiento de Zaragoza van de mano en mano como la falsa moneda y algunos creeen que ese entuerto ya no hay dios que lo arregle. Vaya tema.