Eliseo Serrano se reconoce como una persona sentimental. Confiesa que son «días raros», pero cree en el futuro. «Lo mejor está por llegar», dice. El decano de la Facultad de Filosofía, quien tantas veces en los últimos años ha abanderado las reivindicaciones para exigir una reforma y se ha puesto del lado de los estudiantes, afronta «con nostalgia» las últimas horas de un edificio histórico que, poco a poco, se va vaciando.

«Son muchas las personas las que han trabajado aquí durante décadas. Hemos conseguido hacer que la facultad sea nuestra y este nuevo periodo es un logro de todos. Siempre hemos estado unidos, hemos sido peleones para ejercer presión», reflexiona Serrano en reconocimiento de sus compañeros.

Las obras están previstas que empiecen en septiembre, pero el edificio ya va perdiendo su esencia. En medio del traslado de material, mobiliario, expedientes y despachos también hay tiempo para las despedidas formales. Como la que tuvo lugar hace unos días, cuando todos los exdecanos de Filosofía y Letras mantuvieron su último encuentro con estudiantes, docentes y colegas de antaño. «Fue emotivo, revivimos muchos recuerdos, pero también lanzamos deseos ante lo que viene», cuenta Serrano.

«Esto es como una mudanza de casa. Cuando se lleva a cabo hay que hacer una tabla rasa y pensar en empezar de cero. Cuando volvamos a la facultad será para afrontar una nueva etapa, donde tendremos que volver a identificar nuestro espacio y nuestro hogar», explica el decano. La mayor parte del profesorado ya está instalado en la vieja Facultad de Educación, «centro neurálgico» de los docentes. También el personal de secretaría ha hecho su traslado y en la última semana se ha procedido al embalaje de cuadros, libros y material de biblioteca y a la retirada de ordenadores.

Todos unidos

Muchas de las clases ya lucen vacías. Los pasillos, característicos por sus suelos y las paredes forradas de madera, están desiertos. Y en las mesas situadas en la gran escalera de mármol ya no hay estudiantes que compartan apuntes o, simplemente, intercambien unos minutos de ocio.

«En el nuevo edificio, que se conservará en estructura por valor patrimonial, habrá grandes espacios para que los estudiantes hagan vida social. Va a ser una facultad moderna, pero con elementos del pasado», señala el decano. El pabellón de Filología, por su parte, sí será derribado en su totalidad para aglutinar, según el proyecto, la sede departamental y de seminarios de Filosofía y Letras. Los últimos en abandonar el edificio serán los docentes del departamento de Geografía.

La facultad, al igual que todos los edificios de la Universidad de Zaragoza, cerrará en agosto. Será el preludio del adiós. «Volveremos después, pero ya no será igual. Las últimas clases ya se han dado, las últimas tesis también se han expuesto y académicamente hemos terminado, pero el optimismo del futuro es lo que nos puede», señala Serrano.

El decano echa la vista atrás y hace un balance «duro» de los años de reclamaciones. «Hicimos una conjunción de intereses tanto alumnos, profesores y personal. Salíamos a la calle, pero no se conseguía nada» dice. «Hacía falta determinación política y creo que el cambio de Gobierno en Aragón fue fundamental para tener este apoyo», reconoce el decano.

Aquellos tiempos de gritos, micrófono en mano, y concentraciones han pasado. Y lo que viene se prevé mejor. «Todos hemos hecho un esfuerzo en los traslados, la gente lo ha aceptado muy bien y la respuesta ha sido genial», señala.

Verano, vacaciones y mudanza son tres palabras que deben encajar para que en septiembre puedan entrar las máquinas y empiece la nueva era en Filosofía y Letras. «No se me hacen cuesta arriba los problemas que el cambio puede generar, con personal y alumnos distribuidos en varios edificios. Me puede la motivación por el futuro», asegura Serrano. «Eso sí, la nostalgia de estos días nadie me la va a quitar. Esta es nuestra casa», reconoce. Filosofía siempre será eterna.