Mientras llueve sobre España, se llenan los pantanos, Cristina Narbona conduce la hidrología oficial hacia el sentido común y se arruina Terra Mítica, la gente insiste en lamentar el mal tiempo . El mismo país que grita pidiendo agua como si acabase de cruzar el Sahara, protesta airado ante un leve calabobos, abomina de los aguaceros y considera la más modesta tormenta un desastre horrible. En la Costa, por supuesto, no quieren ni una nube que espante a los turistas, en las ciudades se extiende la alergia al paraguas y los agricultores, ya se sabe, exigen que el sol les madure la fruta. Yo mismo, si les soy sincero, tiemblo cada vez que cae un chaparrón, porque mi calle tiene un alcantarillado de pena, que se atasca y nos manda el agua a los trasteros del sótano.

Llevo años preguntándome de dónde carajo habrán de salir los caudales que necesitamos para sostener nuestra regalada vida de ciudadanos de Occidente. Si queremos sol y buen tiempo todo el año, si hemos pasado a considerar la lluvia como un fenómeno molesto si no catastrófico, ¿qué magia nos traerá agua limpia y abundante a las bañeras, lavadoras, retretes, piscinas, jardines, parques temáticos y campos de golf? La ministra de Medio Ambiente parece empeñada en hacer honor al nombre de su departamento e intentar racionalizar el desmadre hidrológico que viven España y los españoles desde hace lustros. Pero Rajoy está dispuesto a presentar un recurso de inconstitucionalidad contra la derogación del trasvase del Ebro. Así de lejos han llegado las cosas: el líder de la oposición cree que la Carta Magna garantiza el derecho de la ciudadanía a disponer a domicilio de los accidentes geográficos que se dan en otros territorios. O peor todavía: que es de Ley ubicar las lluvias, los pantanos y las inundanciones en un lado, y el sol, la playita, el agua y la pasta para montar parques temáticos en otro. El mal tiempo p´a los desgraciados. ¡Toma ya España asimétrica!