En estas fechas, y a pesar del birujillo que corre (¡alabados sean los dioses!), uno puede estar empapado y feliz (estivalmente contento cual camiseta playera mojada y remojada sobre un dulce torso femenino... o masculino si lo prefieren). Pero en Aragón el agua todavía nos cae encima como un chaparrón inoportuno, nos cala, nos agobia y nos enfada. Marcelino El Prudente se revuelve en su cama soñando con embalses, cotas, regantes, ecologistas y debates empantanados. El espectro del Pacto del Agua se le aparece cada noche. Y cada noche se escurre el presi entre las garras del fantasma hidráulico diciendo que ni sí ni no, ni blanco ni negro. Espérate, cariño, que me lo estoy pensando.

Despejada la amenaza común del trasvase, los aragoneses nos quedamos solos en nuestro particular laberinto acuático. Tantos lustros de ceñir la hidrología a los intereses partidistas, de usarla para encabronar a unos colectivos contra otros, de convertirla en materia de imposición y no de diálogo, de enfocarla técnicamente de modo unilateral y no interdisciplinarmente... o sea, tanta frivolidad y mala intención han acabado por enmarañar la madeja más allá de todo límite. Costará mucho poner las cosas en su sitio, acordar soluciones de compromiso y crear nuevos ámbitos en los que la cuestión del agua se trate mediante criterios científicos y sociales para buscarle soluciones factibles (tanto en lo técnico como en lo medioambiental).

Estamos calados hasta los huesos. En el Mediterráneo, los trasvasistas peperos (Matas, Valcárcel y Camps) han formado un eje anti-Zapatero que de seguro seguirá haciendo del agua un arma para la confrontación entre españoles. Pero, mientras tanto, en la Tierra Noble nos las vamos a seguir viendo y deseando para evitar que esa misma agua sea motivo de enfrentamiento entre aragoneses.

No le veo a esto otra solución que hablar y negociar, inventar nuevas alternativas, bajar un punto los radicalismos de todas las partes y ceder. Sí señores, ceder. Cuando uno no tiene hábito, hacer concesiones escuece un poco. Pero en este territorio de las aguas locas, o nos secamos unos a otros o acabaremos con pulmonía.