«Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». La cita es de Arquímedes, el genio griego nacido en Siracusa hace casi 2.300 años. En su legado queda esta sentencia y la descripción de la palanca. Más de dos milenios datan, pues, desde que el mundo antiguo detallara este principio que supuso un avance fundamental para campos como la ingeniería o la arquitectura. No obstante, parece que el conocimiento sobre las grandes ventajas de conocer los puntos de equilibrio y el reparto de las fuerzas era bien conocido unos cuantos años antes.

Al menos, y si se atiende a la propuesta del zaragozano Tomás Hernández, desde hace más de 4.500 años, en el siglo XXVI antes de Cristo. De esa época datan pirámides como la de Keops y, según defiende, estas grandes construcciones de la antigüedad se pudieron llevar a cabo gracias a la palanba, un ingenio que, afirma, puede dar respuesta al enigma acerca de cómo se pudieron hacer semejantes gigantes de piedra en la Edad Antigua.

PALANCA Y BALANZA

Palanba, pues, de la unión de palanca y balanza, es la solución de este militar experto en telecomunicaciones. Se trata de un ingenio que, ya en el propio nombre, mezcla la balanza con la palanca. Y eso es, precisamente, su invento. Para pensar en la magnitud de su capacidad, basta con pensar que la pirámide de Guiza la componen más de 2,3 millones de bloques pétreos, cada uno con un peso de dos toneladas. ¿Cómo podrían, hace más de 4.000 años, apañarse para elevar semejante construcción, de unos 140 metros de altura?.

La respuesta de Hernández deriva de las compensaciones de peso que permite la palanba. La estructura, con dos patas que marcan el punto de equilibrio, permitiría que unos pocos trabajadores movieran en el plano las grandes cargas que debían transportar. Al bascular a un lado de esta balanza la carga, en el otro extremo el peso resulta mínimo -hasta un 90% menos- y permite elevar el invento para avanzar, al quedar una de esas patas en el aire. Esta ganaría espacio hacia adelante, para repetir la operación en el otro lado. Por decirlo de manera muy resumida, la palanba anda y permitiría transportar 20 toneladas entre 10 hombres.

Pero no quedaría ahí la cosa, sino que su diseño móvil también solucionaría el transporte vertical por las distintas gradas que acaban configurando una pirámide: mediante calzas, que propiciaría una elevación de un metro aproximadamente, y con maderos cortos encastrados, para llegar a alturas superiores.

La propuesta de Hernández, hecha entera de madera y elaborada junto a su hija Mónica, diseñadora industrial, surge por el mero interés «de conocer cómo hicieron las cosas en la antigüedad». La misma se enfrentaría a otras como la de la rampa exterior, «inviable» para este inventor, puesto que, indica, supondría más esfuerzo construir esta que la propia pirámide. También rechaza la opción de los rodillos, ya que se atascan, y sobre la rampa elevadora manual del barcelonés Herminio Hernández considera que solo daría solución al transporte vertical y no al desplazamiento horizontal.

De hecho, en su desarrollo de la palanba añade otras posibilidades, como que se pudiera desplazar por vías, con una articulación o con dos articulaciones, según los requisitos del trabajo. También, su transporte fluvial, con la carga a transportar sobre la estructura y esta, a su vez, dispuesta sobre dos embarcaciones. Al respecto, y en su trabajo de documentación para situar esta posibilidad como real, muestra jeroglíficos que representarían la forma de las entradas del puerto para cargar convenientemente las barcazas y la palanba. Sobre esta última señala otros ideogramas egipcios, que sugieren por su aspecto dos patas, que podrían apuntar en dirección a su ingenio.

También cita al historiador griego Herodoto, quien afirma en sus textos sobre la construcción de las pirámides: «... o quizás no siendo más que una (máquina) fácilmente transportable, la irían mudando de grada en grada... ».

Desde el mundo académico no ven con malos ojos esta solución, a falta de una investigación científica en profundidad. Así, el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, Francisco Burillo, ve «una buena idea» en la palanba para dar respuesta a los interrogantes alrededor de estas construcciones.

Porque, para Hernández, su ingenio no se habría quedado en Egipto, sino que lo conocerían en otros lugares del mundo antiguo y podría haber sido usado, por ejemplo, en Inglaterra para construir Stonehenge. Una solución total.