Una de las claves para este curso político a punto de comenzar es que debería notarse (más allá de la cuestión del agua, pero también en dicho tema) que aquí gobierna el centro-izquierda y no la derecha. Digo esto porque en el Ayuntamiento de Zaragoza, sin ir más lejos, el cambio apenas se ha notado. Hay suspensión de pagos, la ciudad está cada vez más sucia, todo son idas y venidas inmobiliarias, pisos, pisos, pisos... y los impuestos, a subir. Frente a todo ello el reclamo de la Expo no es suficiente.

La política aragonesa, en general, es demasiado continuista y basada esencialmente en criterios muy atrasados. No hay saltos adelante, no hay transformaciones radicales, a veces no hay casi nada. Algunos malintencionados culpan de ello al PAR, el gran hilo conductor de la actividad institucional en estos últimos decenios. Algo hay de ello, pero sería injusto cargar en la bisagra todos los defectos y estrecheces de la puerta. Entre otras cosas porque a estas alturas de la jugada está todavía por ver si CHA, que tan innovadora y rupturista parecía, es capaz de hacerlo mejor cuando toca poder.

Este país nuestro (o región, nacionalidad, territorio o como gusten llamarlo) necesita liderazgos más brillantes (no sólo en la política) y propuestas más osadas, progresistas y sociales. A lo largo de los próximos meses, si los socialistas han de poner en juego su crédito como partido mayoritario, tanto CHA como el PAR también tendrán que esforzarse lo suyo; los primeros para ir rompiendo techos o en todo caso evitar futuros declives, los segundos para asegurarse la supervivencia como partido relevante. Por eso dije al iniciar esta serie de columnas que será el PP, gran derrotado de los últimos encuentros electorales (aunque ellos se tomasen los reveses con singular optimismo), la formación política que puede afrontar con más calma el futuro inmediato. No tienen los populares grandes activos, pero les cabe esperar a que los demás fallen. Que puede ser.