La vuelta a la normalidad ha encontrado un escollo importante. Las tiendas ahora tienen un aforo tan limitado que muchas aceras de la ciudad se han llenado de colas para acceder a las panaderías, fruterías y demás servicios. Y en todas ellas se respeta de forma escrupulosa la distancia de dos metros entre cada una de las personas. Las mutaciones del paisaje urbano provocadas por la pandemia tienen caminos inesperados y esta conversión al civismo a marchas forzadas se convierte en un motivo de alegría y celebración. «Es muy gratificante ver que con todo lo que ha pasado aún queda gente con ganas y paciencia suficiente para visitarnos», afirma la responsable de una pastelería del centro.

Cualquier calle en cualquier barrio es un espacio habilitado para la espera en esta nueva fase de normalidad. En algunos locales han optado por marcar con cinta aislante en el suelo el recorrido que tiene que hacer la fila que espera en la entrada. La panadería Simón, en la plaza de la Magdalena, lo ha hecho por partida doble. Por una de las puerta se entra a la cafetería y por la otra al despacho de barras y hogazas. En ocasiones las filas están tan regladas que recuerdan al control de seguridad de los aeropuertos. Ahí es donde entra el contacto físico como nueva frontera.

DOS METROS

«Aunque tengamos poca gente, como se tienen que mantener los dos metros de separación, parece que están muchos más», trata de restar importancia a las aglomeraciones Ana Idoype de la pastelería Melba. Además, explica que de rebote han encontrado otro aspecto positivo de lo sucedido. «Como aún no se puede ir a la playa ni a la piscina vemos que la gente está más relajada con la operación bikini», bromea. Y eso siempre es bueno para el negocio del dulce. No olviden que sus marinos (unos canutillos realizados con una galleta crujiente de almendra marcona rellenos de nata o trufa, entre otros sabores) provocaban en los días buenos, felices y despreocupados esperas de más de media hora.

Una cinta roja en el interior del asador de pollos Elva sirve para regular el trasiego de compradores. Este establecimiento de referencia, en la calle Fueros de Aragón, ha tenido que instalar una cinta para regular el tránsito de clientes. Y eso que gracias a que sirven comida a domicilio pudieron atender durante el confinamiento a los clientes más adictos a sus manjares. «Aunque parece que las esperas han crecido estamos sirviendo más o menos las mismas cantidades que antes», precisa Inma Anaut ante las llamadas de personas que quieren reservar para ir lo más rápido posible.

La resignación es una virtud en tiempos de virus. Pero no todo el mundo lo comparte. Aseguran en algunos comercios que aún existen paseantes descuidados que se hacen los despistados para evitar esperas o que rechazan el uso de la mascarilla, incluso en el interior de las tiendas. «Son una minoría, pero es muy triste que con lo que ha pasado aún no tengan conciencia», lamentan.

Centros de salud

Lo más triste de los días pasados han sido las esperas hospitalarias y los centros de salud. A ellas se han sumado las colas en las entradas de las farmacias, pues de pronto en todos los hogares han notado que faltaban soluciones higiénicas en las que nadie había reparado. Guantes, mascarillas, geles hidroalcohólicos ya forman parte del día a día. Hasta el punto de que en algunas tiendas es lo primero que recibe a los clientes tras cruzar el umbral.

En Aragón se han buscado algunas soluciones imaginativas a esta nueva necesidad de ofrecer desinfectante de manos a cada una de las personas que entra dentro de un recinto. Uno de los artilugios más divertidos es el que han diseñado para el mercado agroecológico de la plaza del Pilar, que se celebra todos los sábados con importantes medidas higiénicas. En la entrada un bote de gel que permite ser accionado con el pie garantiza que nadie manipula en envase, frenando la posible transmisión de los virus.

Sin embargo, y por fortuna, no todas las esperas tienen que ver con lo sanitario. En Zaragoza se ha multiplicado una nueva especie de viandantes especializada en la caza de terrazas. Aunque avancen las fases y las mesas cubran la mayor parte de las superficies que dejan libres los coches en el centro de la ciudad, conseguir un buen lugar para disfrutar de una cerveza al aire libre ha sido uno de los retos postpandemia. En unos días nadie reconocerá que tuvieron que hacer cola merodeando una terraza.