Lleva el Zaragoza toda la temporada haciendo la goma, así que nadie se fía de que aparezca ahora, porque sí, el equipo de siempre (el de antes, se entiende) para demostrar a todos que estaban equivocados, para convencerse a sí mismos también de que no son una banda, palabra tan dolorosa en el deporte como apropiada en tiempos recientes. Incluso su entrenador se agarra más a la inestabilidad propia de la categoría, lo que viene a ser la futilidad de sus rivales, que a la respuesta que pueda dar su equipo, más acostumbrado a repartir desengaños que fútbol. En eso anda su gente, entre la frustración y el fraude, gritando aunque no se les oiga. Muchos empezarán hoy el partido (20.00) en la plaza del Pilar tres horas antes. Se van de manifestación para decir en voz alta que esto no hay quien lo aguante. Aunque el objetivo es bien otro del futbolístico. Ahí el único propósito es salvar al Zaragoza como club, sea en Primera o en Quinta, y a ser posible acabar cuanto antes con Agapito, que no se termina de ir.

Son tiempos de guerra y confusión interna, de esos que acaban por deglutir equipos y personas sin miramientos. Bien cierto es que el Zaragoza ha confeccionado una plantilla impropia de su condición, y que eso no ayuda al escudo. No lo es menos que ni el rendimiento de sus futbolistas ni el de su primer entrenador ha sido natural. En esta Segunda, se piensa, cualquier Zaragoza reconocible habría sido capitán general, incluso campeón a estas alturas de competición. Pero no. Bien al contrario, ha sido la triste categoría la que le ha otorgado la posibilidad de llegar a cuatro jornadas del final pensando que aún hay vida. En fin, que sí, que sí, que se puede.

¿Cuál es la condición? Ganar los cuatro partidos, que serían cinco de tirón. Si vence todo, estará muy posiblemente en el camino final hacia el ascenso, en esos playoff que antes de empezar la Liga sonaban a fracaso. Ahora parecerían más un imposible, solo una ilusión, quizá un futuro también. Víctor dice que sí pero que no. Porque tampoco se fía de su equipo, al que ha estabilizado como conjunto pero sin alharacas. 11 puntos de 24, ni la mitad. No hace falta explicar que es una cantidad insuficiente, y que a Córdoba fue más de uno muerto de miedo. Entonces, hace solo seis días, se miraba aún al descenso con pavor.

El gol ese de última hora y el pésimo arranque de partido afearon a un Zaragoza que fue mejor que casi nunca esta campaña. Quizá por eso se encontró con el premio final. Así que es posible que Víctor repita un esquema bien parecido al que acabó ganando el partido, incluso que meta dos todoterreno en la medular, Arzo y Paglialunga. No está Barkero, así que el técnico medita el recambio idóneo. No lo tiene aún, dijo ayer, aunque esta semana ha ensayado ahí con Víctor Rodríguez, que es más delantero que otra cosa. La diferencia entre uno y otro es notoria. Este es toque y rapidez en verticalidad; aquel, trabajo y posición en horizontalidad. Queda Acevedo, centrocampista mixto. Parecería el más apropiado, pero ni su estado ni su carácter voluble parecen aconsejarlo.

En el resto, en principio el entrenador insistirá con Henríquez caído a la derecha y Montañés a la izquierda por detrás de Roger. Del chileno se espera que recupere el gol más que el fútbol. Sería una bendición en esta búsqueda última de la ilusión.

El rival no es uno más. Desde luego, ni lo parecen sus nombres ni su comportamiento. Respiró hace un par de semanas y ahora se cree que puede con cualquier cosa. Salta al campo sin complejos y trata de dominar y ganar los partidos con el balón en los pies, con fútbol, así de ufano. Tiene un gran pero, eso sí. Fuera de casa solo ha ganado tres encuentros en toda la campaña.