En el Tour más igualado de los últimos años cualquier segundo se pelea como si se tuviera que avanzar trinchera a trinchera para recuperar metros al enemigo. No es cuestión de regalar nada. Y mucho menos en una etapa llamada de transición pero con una cuesta envenenada en los metros finales. Chris Froome, perfectamente colocado por Michal Kwiatkowski, el excampeón del mundo polaco, demostró una vez más su hambre voraz, el inconformismo y el seguir negando día a día, que no es el de otros años y que el tiempo cedido el jueves en Peyragudes más que una crisis fue un espejismo fugaz.

Froome quiere mantener a raya a todos los rivales, a los llamados magníficos, que le pisan los talones y que desean dar, con mayor o menor intensidad, una sorpresa en París para adjudicarse un Tour que el británico de Kenia tiene reservado en su cabeza. El Sky no tiene dudas; ninguna. Por ahora, todos los movimientos que haga Mikel Landa solo tienen un único cometido y que no es otro que desgastar física y tácticamente a los rivales de la general.

Solo si Froome sufriera una crisis en los Alpes o en alguna otra etapa inesperada --hoy, en el Macizo Central, se supera el Peyra Taillade, una novedad que encierra cuestas de hasta el 14% con 8 kilómetros de ascenso a 31 kilómetros de meta-, se programará el plan B, con el vasco en acción, al que tampoco inicialmente se va a sacrificar, como simple gregario, en favor de Froome. Para esta función están Kwiatkowski, Mikel Nieve y Sergio Henao, el ciclista colombiano del equipo británico que tuvo menor protagonismo en los Pirineos. Sin embargo, este papel protagonista de Landa puede impulsarlo también al podio, dependiendo de la resistencia de Fabio Aru, que cedió inesperadamente 24 segundos con Froome (uno más con Michael Mathews, el ganador de la etapa) o de Romain Bardet, que entregó otros 4 al británico, perfectamente marcado en Rodez por Rigo Urán, por ahora en un estado pletórico.

LA NORMA

Este año la Unión Ciclista Internacional (UCI) para resguardar a los líderes de la general de las caídas en las etapas predestinadas a un esprint masivo decidió que en meta, para marcar tiempo, habría un margen de tres segundos y no de uno como hasta ahora. Sin embargo, no incluyó en el plan (todas las etapas ganadas hasta ahora por Marcel Kittel más la de Arnaud Demare, donde descalificaron a Peter Sagan) a la jornada de Rodez, puesto que la cuesta final, de mediana dureza, sin ser considerada final en alto, evitaba una llegada masiva clásica; es decir, con los velocistas moviéndose de lado a lado, tocando sus manillares entre ellos y con los que no se juegan nada distanciados en la zona de protección, más allá de la 20ª posición del pelotón.

Por esta razón, pudo haber cierta confusión en Rodez con ciclistas más retrasados de la cuenta, porque es difícil pensar que a corredores como Aru o incluso Landa, que se dejó 15 segundos, se le atragantase una subida destinada a llaneadores como Matthews, Greg van Avermaet (el campeón olímpico) o Philippe Gilbert (el excampeón del mundo).

Froome está atento. Y mucho, un Froome al que se le vio tan dichoso en Rodez de recuperar el jersey amarillo como a un niño con zapatos nuevos. Es su prenda y no quiere que la lleve nadie más, sea rival o compañero de equipo. En este aspecto el británico no hace diferencias. «En un Tour tan cerrado cualquier segundo que se gane puede resultar determinante», dijo Froome en la meta de Rodez.

Por pelea y coraje, ayer dio una lección a todos su contrincantes. Froome nunca se ha ido. Está muy vivo y sigue siendo el gran candidato para ganar un Tour, donde Landa tiene mucho que decir. ¡Atentos a la etapa de hoy!