El Benfica fletará hoy un avión para trasladar a un centenar de miembros del equipo, entre dirigentes y compañeros para dar el último adiós a Feher, que mañana será enterrado en Gyor, su ciudad natal. Los restos mortales del jugador llegaron anoche al estadio La Luz, donde quedó instalada la capilla ardiente. Las banderas de Portugal, de Hungría y del Benfica ondeaban ayer a media asta en el estadio lisboeta.

José Antonio Camacho, el técnico del Benfica, no habló ayer. Estaba todavía destrozado, como en el estadio de Guimaraes, cuando intuyó que el desvanecimiento de Feher era producto de la temida muerte súbita. Camacho, inmóvil, había estado pendiente de las maniobras de resucitación que le estaban aplicando al joven húngaro por los médicos de los dos equipos sobre el césped. Fueron 15 minutos eternos. Luego, desesperado, no aguantó la presión y explotó camino del vestuario. Y lloró desconsolado.

Lloró de rabia porque no podía hacer nada por su futbolista. Camacho, un entrenador que siempre ha defendido a sus jugadores, se encontró por primera vez en su vida que no podía hacer nada, que no podía ayudar. Cuando entró en el vestuario, sólo vio lágrimas en los rostros de sus futbolistas. Nadie hablaba. Ni un susurro. Ni un suspiro. Silencio en el vestuario visitante, pero también en el local. "Presentíamos que algo muy grave había pasado. El silencio se apoderó del estadio", comentó ayer Joao Tomas.