En la fase de ascenso a Segunda B del año 1998, en el encuentro del filial frente al Aurrera, Láinez inició un largo y penoso camino con los problemas en las rodillas. En aquel encuentro sufrió una rotura de ligamentos cruzados y menisco. El meta tardó cinco meses en reaparecer. En el año 2000, cuando estaba en la selección sub-21, tuvo que ser intervenido de otra rotura de menisco y sus articulaciones empezaron a sufrir la erosión del quirófano.

El portero aragonés sufrió derrames que no le impedían jugar, pero sí entrenarse con normalidad. Sin meniscos y con los ligamentos maltratados, comenzó una cruzada de trabajo personal para que su cuerpo soportara las exigencias del deporte profesional. Horas extra de gimnasio, dedicación y cuidados intensivos para contrarrestar descompensaciones le mantienen en un lugar que se ha ganado como nadie. Otra vez tendrá que volver a empezar.