El Madrid llega a enero con la Liga pendiendo de un hilo, como casi siempre en la última década (2 títulos de 10), mientras las nubes se arremolinan en torno a un futuro incierto. En el porvenir más inmediato se atisba la llegada de Brahim Díaz, un joven talentoso del City al que no se le puede exigir una irrupción que cambie la dinámica. Costará entre 15 y 20 millones. Además de los goles, sin Cristiano el Madrid perdió liderazgo y la mentalidad, a veces exagerada, de creerse los mejores.

El cántico a la heroica del vestuario blanco tras otro partido lamentable roza el esperpento. Parece que los jugadores confían en que el éxito reiterado contra pronóstico que han disfrutado en los últimos años se va a mantener invariable, pese a todo. El equipo está cumplindo la parte fácil, la de ser irregular en la Liga, de un patrón que ya parece exprimido; con la primavera llegará la obligación de ganar y entonces se revelará la condición real de la plantilla después de Zidane y Ronaldo.

En el mercado no encuentra recambio a las piezas que ha perdido, y las que tiene están lejos de tener la fiabilidad y la consistencia mínima exigida. Bale volvió a tener que ser sustituido, en medio de otra temporada marcada por las lesiones. Entre golpes, molestias y sobrecargas, el galés transmite la ansiedad de quien sabe que está agotando su última oportunidad sin reivindicarse.

El discurso de Solari empieza a ser cada vez menos defendible, entregado a la negación, la generalización y las excusas vagas. Tras la ignominiosa segunda parte en Villareal, el técnico argentino se excusó en la falta de velocidad por la baja de Bale y en la enfermedad de Modric. Lo que no explicó es por qué eligió a Isco (en vez de un jugador rápido como Vinicius) para la segunda mitad; tampoco por qué el croata forzó para ser titular, enfermo, en un partido de Liga ante el penúltimo clasificado, cuando las rotaciones van a llegar forzosamente a un equipo que espera jugar dos partidos por semana.